“No es una tradición del norte de España”. Recuerdo que con motivo de una convocatoria de prensa la responsable de un bar del Logroño castizo saldó así de concluyente la pregunta de si alguna vez se habían planteado en el gremio servir una tapa de regalo a sus clientes. Y recuerdo que una periodista, asturiana ella, le invitó a que viajara un poco más: en efecto, la tradición de obsequiar a la parroquia con alguna de las especialidades de la casa está bien arraigada en el sur de España, es igualmente un rito que se observa en muchos bares de Madrid y anida además en numerosas ciudades del norte: por ejemplo, en las capitales castellanas. En Logroño, por el contrario, tan civilizada costumbre no se lleva. No se ha llevado nunca.
Lo cual es una pena. Ya sabemos que el bolsillo del hostelero anda como el del resto del parque laboral español, exánime y muy necesitado de cariño, pero siempre me he preguntado en qué escasa consideración tienen alguno a su clientela, sobre todo a la más adicta, si nunca, pero nunca-nunca-nunca, le convida a algo. Me vale cualquier cosa. Unas humildes aceitunas, unas modestas patatas fritas, las simpáticas peladillas. ¿Es mucho pedir? Me parece que no. Y me lo parece no sólo porque haya alcanzado esta conclusión por mí mismo, que mi opinión ya sé que no es gran cosa, sino porque cerebros más avezados que el mío han llegado a la misma queja: qué poco nos quieren nuestros camareros favoritos y los dueños de nuestros bares de confianza. Qué escasas veces se estiran. Y qué nulo ojo para el negocio: porque tengo la sospecha de que si mañana un local decide regalarnos un bocado (por minúsculo que sea) para que pase mejor el trago, se ganaría el corazón de su clientela. Que a menudo es tanto como ganarse su bolsillo.
A veces, este trato me duele especialmente. Sobre todo en los bares que más me gustan, aquellos que forman parte de la memoria más personal. Y, sobre todo, porque pienso que con un detalle de vez en cuando bastaría. Ya digo que me conformo con poco. No hace mucho me apoltroné en el Continental de Calvo Sotelo cerveza en mano y cuando pedí unas patatas fritas señalando hacia un sobre colgado de una pared, me invitaron a las que ofrecen gratis a la clientela. Gol por toda la escuadra. Otro bar que tiene este tipo de consideración es La Fundición del parque del Carmen, donde te regalan un platito de frutos secos y el vino sabe mejor. Así, a bote pronto, no recuerdo muchos otros. ¿Alguno más?
Dejo en manos de mis improbables lectores la respuesta a esta pregunta… Aunque me temo sin embargo que la lista será no muy larga. Curiosamente, esta manía de no pagarse ni un triste cacahuete coincide con otra moda bastante implantada recientemente y cada vez más extendida: la de incorporar un bomboncito o una galleta cuando pides un café. Un gesto cada vez más típico que demuestra que otros bares con otras costumbres son posibles en Logroño y que por lo tanto también debería ser posible incluir el equivalente salado cuando pedimos una caña, un Rioja o un refresco. Es cierto que en aquellos garitos donde uno guarda cierta relación de confianza y hasta cariño con los dueños suelen prodigarse este tipo de guiños, pero no hablo de eso: hablo de un detalle institucionalizado.
De esos que no son tradición en el norte de España.
P.D. De todas las ciudades cuyos bares más he frecuentado, pienso que León es la más hospitalaria con la clientela. Allí se despliega ese manual de cortesía consistente en procurar un bocado gratis al cliente, sin reparar en gastos: medias raciones de embutido, trozos de pizza de tamaño bien generoso, tacos de jugoso queso castellano… La lista está encabezada por un bar cuyo nombre he olvidado: frontera con el Barrio Húmedo, su especialidad es algo tan sencillo como las patatas fritas. Patatas que elabora el matrimonio que dirige el bar al borde del infarto, siempre sudoroso el caballero, con una sencilla receta: finísimas rebanadas redondeadas, fritas en abundante aceite, y espolvoreadas con un sencillo toque de pimentón, un punto picante. Éxito absoluto. Y gratis. A ver si la tradición se impone en este rincón del norte de España.