En el principio fue el verbo y el verbo se hizo carne en internet. Así ocurre en tantos órdenes de la vida y así ocurre también en el universo de los bares, un mundo cada vez menos ajeno a cuanto sucede en el éter. Durante este verano he tenido algo más de tiempo para observar que también los bares logroñeses se sumergen en la red en busca de lo que requiere cualquier negocio: notoriedad, relevancia, potenciación de la marca, contacto con la clientela… Ese rosario de intangibles cada vez más tangibles, porque un bar que cuide a su parroquia a través de su web o las redes sociales no hará otra cosa que procurarle la misma atención que hasta ahora era habitual por medios convencionales. Y recibirá por lo tanto idéntica cálida respuesta.
De ahí que me haya resultado pertinente recopilar aquí algunas de las iniciativas hosteleras de Logroño con mayor predicamento en la red. Traducido: qué bares me parece que exprimen con más talento las posibilidades que ofrece Internet. No es un recuento científico; más bien, un resumen de aportaciones interesantes, que puede incurrir en el pecado de obviar algunas que se hayan escapado de mi radar. Van por adelantado mis disculpas a los posibles ausentes, pero allí va la lista. En la calle Laurel, me llaman la atención la constancia de La Taberna del Tío Blas y el bar (también restaurante) El Muro; sobre todo el primero, que utiliza sabiamente el impacto de las redes sociales (a riesgo a veces de saturar el éter). Mención aparte merece Casa Pali, donde se intuye una notable astucia en eso de estar presente en la red de un modo bien elegante, sin caer en exageraciones.
En la cercana San Agustín, anote el improbable lector las referencias de La Anjana y De Perdidos al Río, bastante activos; en la calle San Juan, se percibe una inteligente gestión internáutica (si tal palabra existe) detrás de Tastavín, que propone una cobertura que juzgo modélica: no te mete la bebida ni la comida por la boca, sino que deja caer su oferta como quien no quiere la cosa. Se podría considerar publicidad subliminal si no fuera porque toda la publicidad es así: subliminal. Y en la Mayor, gloria al Iturza, donde se incurre en una paradoja que me hace feliz: que el bar más castizo de la calle, uno de los pocos que ha resistido más o menos como siempre, lidere hoy las corrientes más avanzadas en el uso de las nuevas tecnologías. Su presencia en la red copia fielmente el modelo de gestión del bar: no opta por el diseño más rompedor, sino que apuesta por mantener sellada la lealtad con su clientela, su baza más fuerte frente a la competencia. Es constante su aparición en Facebook, donde logra prolongar en las redes su idilio con la parroquia, aprovechando de paso para liderar campañas como la recién emprendida a favor de que se permita seguir consumiendo en la calle.
No son muchos bares, como se ve. En esta relación faltan unos cuantos (mis disculpas por adelantado) pero es cuestión de tiempo; hace unos años, meses incluso, este era todavía un camino sin explorar. Las páginas web de la calle Laurel (donde se agrupa a los locales de la vecina San Agustín) y la calle San Juan abrieron hace tiempo una vía hacia la conquista de potenciales clientes (sobre todo, residentes fuera de Logroño) que todavía son un tímido acercamiento. Como en tantos ámbitos, lo mejor está por llegar.
P.D. Punto y aparte merecen dos experiencias hosteleras de acusado arraigo en la red. La primera el Tondeluna de Francis Paniego y Luisa Barrachina, un inclasificable local donde lo que menos importa es el nombre que le otorguemos: lo fundamental es su contenido, una atractiva oferta que apuesta por divulgarse a través de las redes sociales aprovechando la maestría que acredita Paniego en estos (y otros) menesteres; y el Dharma Dospunto.cero, que corrobora desde su mismo nombre su vocación por hacerse fuerte en internet y al que envío desde aquí un abrazo solidario para que supere cuanto antes los quebrantos causados por un reciente siniestro.