Un compañero de redacción y célebre bloguero me sugería hace unas semanas dedicar una entrada a ese nuevo concepto de bar indefinible, que triunfa así en la capital del Reino como en la periferia, cuya identidad se deduce a partir de la acumulación: es tienda, es lugar de encuentro, es esto, lo otro y lo de más allá. Y además, es un bar: en Logroño lleva por nombre La Retro y quien no haya traspasado su puerta puede estrenarse como cliente paseando por el número 9 de Calvo Sotelo, local lindante con la sala Gonzalo de Berceo, y reflexionar sobre qué raro es todo, qué raros somos: un bar, en efecto, donde te venden ropa, libros y discos (vinilos, por cierto), decorado con ese aire falsamente informal que tanto abunda (llámalo hipster si sabes aspirar la hache), de modo que el parroquiano siente que ha irrumpido más bien en el hogar de algún bohemio contemporáneo donde por otro lado le estaban esperando.
Esa sensación de amigabilidad, libre traducción del concepto ‘friendly’ tan en boga, me parece que encierra la razón de su éxito. Cualquier logroñés habrá podido observar que el personal se arracima a la puerta en buen número, deambula luego por el interior también formando una breve multitud (valga la paradoja) y sospecha uno que algo acabará comprando en la tienda o bebiendo en el bar, porque el sitio es bien chulo. Hogareño. Ladrillos a la vista, columnas de fundición, alianza entre madera y hierro… Sí, bien chulo. Si no entras parece que te estás perdiendo algo, como se deduce de la foto que ilustra estas líneas, cortesía de Juan Marín.
La Retro hace cristalizar en la retina de un logroñés ya veterano el recuerdo de uno de los bares más bonitos que en la ciudad han sido, Continental. No, no me refiero al bar alojado en las entrañas del Espolón, al que aludí ya en un post anterior, sino a su hermano mayor: una hermosa librería abierta poco antes en la calle del Cristo, estupendo espacio habitado por la sabiduría dispuesta en forma de volúmenes en sus anaqueles y dotado de un nivel inferior, donde penetraba uno como si ingresara en el centro de la tierra, pero una tierra poblada sólo por libros. El bar que hubiera hecho feliz a Borges, y digo bar porque sus propietarios, que pronto emigraron al citado enclave del Espolón donde antes reinó un bar/bolera, ofrecían un trago reparador a la clientela en forma de café o de infusión. No era por lo tanto un bar al uso, pero sí que resultó pionero en esta tendencia actual: una librería que es también algo más, o un bar al que esa etiqueta se le queda corta.
Así que la melancolía invade el paseo por La Retro, porque el autor de estas líneas se recuerda de jovencito paseando la mirada curiosa por aquella Continental y piensa que Logroño entero se explica muy bien en su historia recurriendo a la frase manida: lo que pudo haber sido… Lo que pudo haber sido y no fue, una larga trayectoria desbordante de proyectos truncados que le hubieran concedido una fisonomía muy distinta, más atractiva, de haber fructificado. Así que deseo que La Retro disfrute de la fortuna que le fue negada a sus antecesores, que la clientela siga ingresando en buen número, alivie la sed en su barra y se deleite con la terraza veraniega que se anuncia con vistas a uno de los sugerentes patios de manzana de Logroño más espaciosos y menos conocidos. Espero que curiosee entre los vinilos que aquí despachan o se lleve alguno de libros que se venden con denominación de origen: sólo hay obras de las editoriales riojanas Pepitas de Calabaza, Fulgencio Pimentel y Mangolele. Porque el nombre o el concepto es lo de menos: si uno está a gusto y se toma un trago con un nivel de confort más que aceptable, cosa que por aquí parece garantizada, a mí me vale. Yo le llamaré bar. Un bar distinto.
P.D. La buena vida de los hermanos Trueba, Tipos Infames (libros y vinos)… Abundan por Madrid garitos de este tenor, donde se hermana la ingesta de alcoholes y otros bebedizos con actividades alternativas: desde el comercio hasta la pura condición de lugar de encuentro. Algo de eso, de sitio donde-hay-que-estar, tiene La Retro, como advierte desde su perfil de facebook: club social, pone ahí, y eso parece ser. Un recinto que materializa la estupenda idea de Jota Echegoyen, polifacético y dinámico tipo que emprendió esta aventura hace tres meses… Club de lectura, taller de punto, sala de exposiciones, espacio para la tertulia, tienda que vende de todo un poco, a condición de que ese poco tenga mucha clase: mobiliario vintage, bisutería, decoración y ropa, según el formato pop up, esto es, que venderán diseños durante unos quince días y que pase el siguiente. Y además, es un bar. Cafés, repostería, refrescos, vinos, pinchos fríos: lo dicho, un bar. Pero distinto.