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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

El tigre del Tigre

Dibujo de un tigre que ilustraba el relato

Por el amigo Eduardo Gómez me entero de que reabren el bar Tigre de la calle Mayor, que frecuenté con asiduidad y gusto durante largo tiempo. Lo cual me permite recuperar aquí este cuentecito que publiqué en una de aquellas colecciones que editaba Diario LA RIOJA hace años, porque precisamente su protagonista era un tigre: el tigre del bar Tigre. Se titula ‘Come on’

“De la mujer que atendía la barra de El Tigre sólo sabíamos que era zurda y yo tuve un sueño en que además era tuerta, no, peor, llevaba un ojo de cristal en la cuenca izquierda y a veces se lo sacaba si secaba los vasos y le pasaba también la Spontex. Pero sólo fue un sueño. La camarera zurda servía tiroleses a las mesas del fondo, donde se jugaba al siete-catorce-veintiuno y mandaba apartarse a quienes utilizaban la gramola para apoyar el culo. Viva el pop, abajo el sistema, escupía entonces, y sólo los muy novatos no entendían la consigna. Los veteranos ahuecaban el culo para que el vetusto altavoz tuviera vía libre hacia la cabeza de tigre disecada que le miraba desde enfrente. Recién llegada del Sajarahuit, la gramola perdió en algún punto entre avenida de Colón y la Calle Mayor su magnética carga. De Queen, nunca más se supo. De Deep Purple, quién sabe. De la ELO, qué se hizo.

Un repaso a la oferta del último jukebox de Logroño incluía: Pablo Abraira, O tú o nada; Miguel Gallardo, Hoy tiene ganas de ti, Vicente Fernández sigue siendo el Rey, la trompeta de Herb Albert, Danny Daniel y Donna Hightower bailan el vals de las mariposas, éxitos anacrónicos de Luis Aguilé y Palito Ortega, Rocío Dúrcal canta a Juan Gabriel, Phil Trim, Abba, Juan Pardo (Juan más que Juan: Pardo, más que Pardo, añadíamos nosotros), el joven Perales, Ángela Carrasco como María Magdalena en Jesucristo Superstar, Ana y Johnny, Jaime Morey, Emilio José canta a Soledad, es muchacha primorosa, que vivió siempre en el trigo sola, no sabe de amor ni engaños. El dúo Bácara, en fin.

Como un diamante en el estercolero brillaba un sencillo de los Stones. Come on, un discurso breve, eso es el pop, sencillez, decía la camarera zurda. Abajo el sistema, viva el pop. Era una pieza sincopada y con contratiempos, oíamos decir, que se escuchaba de cara a la gramola y no de espaldas a ella como era norma con el resto de temas. Come on en los últimos días de la última gramola, come on a cada rato, come on que cantaban los Rolling, aunque luego supimos que era una versión de un viejo éxito de Chubby Checker o de Chuck Berry, siempre los confundo. Ese era su encanto, precisamente, que eran los Rolling pero no lo parecían, una canción no tan salvaje, más irónica, sardónica y melódica, una canción extraña en un bar extraño, que presidía una cabeza de tigre disecada, un pintoresco hito del camino de Santiago, como si los Rolling Stones animaran desde el jukebox al peregrino. Come on, come on hasta Compostela.

Y, de repente, la cabeza de tigre disecada que te mira desde un stand del salón de anticuarios. Este año, los años cincuenta son la estrella del salón. Como si deambulara por el decorado de la serie Embrujada, tropiezo con batidoras color cobalto, molinillos de café verdes pistacho, las primeras olivettis, las primeras planchas, las primeras aspiradoras y las viejas secadoras hoy misteriosamente desplazadas de nuestros hogares, estilizadas cafeteras italianas, pick ups de maleta. Se trata de adquirir un magnífico ejemplar de radio, marca Tombstone, año 1933, para un coleccionista italiano o griego que llega cada verano a Cadaqués, pero la oferta es muy limitada. El viejo arcón estilo castellano sigue siendo el rey, como Vicente Fernández, hay también falsos iconos y falsas antigüedades góticas y un tipo aún más falso haciendo como que sabe al frente del stand. “Ah, la vieja Tombstone, hemos tenido unas cuantas, pero ahora mismo, es que no… Cada vez se cotizan más  altas. Nosotros, es que eso no lo tocamos. Lo nuestro es otra cosa. ¿Ve aquel tríptico? Es del legado de Erik el Belga, de una ermita de Lérida nos ha llegado. Viene muy, pero que muy bajo de precio. Pero, no. La vieja Tombstone, no. Quizá después de comer.

Después de comer, no estaba ni la vieja Tombstone ni el falso vendedor falso. Comparece en su lugar una joven de mirada huidiza, bizca tal vez, media melena estilo Verónica Lake, que ignora todo sobre lo que la radio Tombstone supuso para los hogares europeos de la posguerra, de cualquier posguerra. La vieja cabeza de tigre vigila nuestra conversación, también un poco bizca. “De los años cincuenta, tenemos poca cosa. Casi nada. Lo nuestro es el arte medieval. Trípticos, ya sabe usted.

–              ¿Y esa cabeza?

–              Nuestra mascota. Un recuerdo familiar. Nos trae suerte.

–              No parece muy a gusto aquí.

–              ¿Quién? ¿Yo?

–              No, la cabeza. Tiene cara de haberlo visto ya todo.

–              Estará aburrida. Son muchos años viniendo a este salón.

De la Tombstone, ni rastro. Ni siquiera en el stand vecino, repleto de electrodomésticos, otro paseo por el decorado de Embrujada, con la suegra aquella moviendo la nariz y su hija, la anoréxica Samantha Eggar, moviéndola también. Batidoras y exprimidoras en toda la gama de colores acompañan al visitante en su recorrido por los primeros años de la tele, cuando se cubría el aparato con sus hermosas fundas de ganchillo. Aquellos perritos que movían la cabeza desde el asiento de atrás del coche y llevaban el compás del traqueteo, ahora llega un bache y digo que sí, ahora una cuesta y digo que no. La cabeza de tigre no dice nada. Su mirada oblicua es definitivamente la misma que me dirige la Verónica Lake que dirige esta tarde el stand cuando me hace señas con un brazo. Con el izquierdo.

–              Me he acordado de repente. De los años cincuenta no tenemos nada, pero tenemos varias flipper de un poco después. Los primeros sesenta. Son americanas, un poco caras.

Le acompaño a la trastienda -el trastand, propiamente- y tropezamos con un parapeto de flipper, que divide estratégicamente la mercancía: hacia aquí, el lado ye-yé. Al norte, reinan el falso Erik el Belga y sus falsos epígonos. Las flipper, no están mal. Fundida la más atractiva y coja de una pata la más conocida, la que yo más recuerdo, la menos sensible a la falta, se le podía golpear en cualquier costado, especialmente, el derecho a la altura del mando, sin riesgo de que se apagaran los fusibles y la bola se resignara a regresar a la cueva donde vivía con sus hermanas, un lóbrego viaje, una peregrinación fatal. El percutor del saque venía muy flojo, era difícil ajustarlo para que la bola golpeara hasta el infinito en los bloques de arriba y acumulara puntos y más puntos antes de que el jugador entrara realmente en acción. La flipper trípode no está nada mal, pero el coleccionista de Cadaqués probablemente no sabrá valorarlo.

–              ¿Y gramolas?

–              Gramolas, tenemos varias, pero más estropeadas todavía que las flipper.

Limitando con la sección de iconos falsamente bizantinos, aún más falsamente rusos, dos gramolas vigiladas entre las cortinas por la cabeza de tigre dormitaban desconectadas. La primera anodina, con el cargamento de discos en el bajo vientre y los títulos de las canciones pintados a boli, Bic probablemente. La otra, un auténtico jukebox, con tracción mecánica para elevar el lote de singles y una pesada colección de títulos de los Beach Boys y la Motown, algún éxito de Dean Martin incluido y la hija de Frank Sinatra cantando estas botas están hechas para montar. Viva el pop, abajo el sistema. Trae también el Money, money y al enchufarla la muchacha bizca con melena a lo Verónica Lake -me mira ya sólo con un ojo- se enciende un carrusel de colores, una noria fluorescente sube y baja y la voz de Nancy Sinatra llega desde muy lejos, desde un punto situado entre Las Vegas y la primera parte de El Padrino, desde aquellas radios Tombstone que surgen del decorado de Embrujada a través de un televisor modelo Zenith o Telefunken, aún en blanco y negro. De la otra gramola llega un rumor seco, aunque más cercano, como de un manantial que ya no fluye, el sordo eco de una edad que el coleccionista de Cadaqués ya superó, como ha ido superándolo todo. De la vieja gramola llegan los discos de Hispavox que perdió sus tesoros en el traslado desde el bar Sajarahuit y ha ido soltando lastre desde entonces. Come on, cantaban los Rolling, come on en la trastienda donde la joven bizca ya no bizquea, tal vez sólo era zurda y parece que envía esa mirada esquinada por su melena a lo Verónica Lake. Tal vez el que bizquea es el tigre. Ella, simplemente, es zurda y se ríe de mí de medio lado. “Abajo el sistema, viva el pop”.

P.D. Espero que los nuevos dueños del bar sean congruentes con su historia: es decir, que por favor recuperen la cabeza del tigre y decoren con ella el local. Pedir que recuperen la gramola ya sería demasiado.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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