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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Tívoli, de noche y de día

Entrada al nuevo Tívoli, llamado Noche y Día. Foto de Jonathan Herreros

La historia del Tívoli se ha contado un millón de veces. Entre otros sitios, aquí mismo: este blog ha ido haciendo memoria de la aportación decisiva del castizo bar a la construcción de un cierto Logroño, de una cierta mirada sobre Logroño. Se ha relatado su condición de antro favorito de la abigarrada multitud empleada en variopintos oficios en la aledaña plaza de Abastos, recordado su condición de faro ciudadano en los convulsos años 80, cuando una nueva generación se aposentó en los garitos que hasta entonces detentaban más sus abuelos que sus padres, y saludado su inminente reapertura en cuando se tuvo noticia de que la manzana que otros apodarán Los Gabrieles (pero que aquí siempre defenderemos como la del Tívoli) se preparaba para su reconversión, luego de tantos, de demasiados años varada.

Bueno, pues el nuevo Tívoli acaba de abrir sus puertas y suma su atractiva barra a la renovada oferta hostelera de Logroño. Lo hace bajo una nueva encarnación, un exitoso capítulo más de la factoría conocida como Noche y Día, que tomando como ejemplo el primitivo local de la calle San Juan, ha ido sembrando de negocios con ese nombre media ciudad. En la misma calle Gallarza, pero haciendo frontera con Portales, habita uno, dos se alojan en la Gran Vía y otro más en Once de Junio. Ahora ya tienen un hermano pequeño, lo cual es una noticia formidable al menos para mí: ingresar en territorio Laurel y ver sus dos puertas cerradas me espantaba, aunque me parece que el mayor ataque que sufrió no vino por su cierre, cuando Emiliano y familia echaron la persiana, sino cuando permitimos que se instalara esa salida del parking subterráneo invadiendo la acera de la calle Bretón, uno de los espacios más queridos por sus incondicionales. Allí se aposentaba la terraza cumbre del verano logroñés y allí despachó Anita su exquisita mercancía en forma de girasoles, misteriosamente ocultos en el vientre de la máquina de tren donde más logroñeses alguna vez nos hemos montado. Deliciosas pipas, por cierto, esmeradamente recogidas en aquellas bolsas de papel blanco que ejercen para muchos de nosotros el mismo efecto que para Proust su magdalena.

La buena noticia tiene alguna ramificación no menos grata, porque uno tenía intención de   seguir llamando Tívoli al histórico bar fuera cual fuese el nombre ideado por la nueva propiedad para su reinauguración. No hará falta: aunque el rótulo principal indica Noche y Día, en el chaflán, la puerta por donde se ingresaba antes en la zona de mesas, luce reluciente el nombre de siempre: Tívoli. De modo que pronunciarlo permite una larga excursión en el tiempo hacia aquellos años, cuando el local anidaba en el imaginario de la hostelería logroñesa más canalla. Los años del Turismo de la calle Sagasta, por ejemplo, o del Merlín de Portales, aunque este último detentara su propia declinación: no era el bar heredado de nuestros antepasados sino el fundado por nuestra propia quinta.

Así que larga vida al Tívoli. En sus mesas no veremos ya a los eternos jugadores de naipes dándole  al subastao a ver quién pagaba la ronda de solysombra. Tampoco habitarán su barra de aluminio los fruteros, carniceros y resto de la cofradía del mercado de San Blas que allí se acodaban a veces desde antes de que saliera el sol. Desapareció hace tiempo y no se ha recuperado ahora el ventanuco que daba a los dominios del mentado Emiliano, donde nos aposentábamos en nuestro particular paso de paloma de la larguísima adolescencia logroñesa. Se fueron también los yonquis, porque ya ni siquiera hay yonquis como se conocieron por entonces. Aquel viejo Tívolí protagonizó un mutis tan discreto como discreta ha sido su reapertura, de modo que nos toca a los demás subsanar ese vacío: el Tívoli ha vuelto. Que corra la voz.

P.D. Hace apenas unos años, ingresar en Laurel y alrededores exigía salvar un enorme hueco: el dejado por el cierre del Tívoli y la inexistencia de bares flanqueando la entrada a la propia calle. La Taberna del Tío Blas, primero, y La Tavina después corrigieron tal error. Hoy, con el propio Tívoli abierto, aquella herida deja de sangrar. Y lo hace con clase: como se aprecia en la foto de Jonathan Herreros, el nuevo local ve la luz con ese aire un punto hipster tan caro al sector en los últimos años, organizándose a partir de una elegante barra en forma de ele, predominio de maderamen y un hermoso neón con su nombre, Noche y Día. Así será, aunque insisto: mi corazón tan logroñés le seguirá llamando como siempre.

 

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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