Fernando y Teresa: así se llaman los miembros de la pareja que vemos en la foto. Tal vez sus caras les suenen a los logroñeses más veteranos, porque durante más de 30 años defendieron una de las barras más populares, la del bar La Simpatía. Un rincón entrañable en la más castiza de nuestras calles, la Laurel, de la que ya ocupé antaño. En aquella entrada, recordaba un par de detalles: uno, su tapa célebre, el singular cojonudo que emigró hacia el vecino Donosti cuando cerró sus puertas La Simpatía allá por el 2009. Y dos, la voz de jotero de Javi, quien sustituyó a la pareja de la foto al frente del bar y hacía honor a su nombre: desde luego, era un tipo de lo más simpático.
Si traigo aquí el recuerdo de aquel local desaparecido es porque lo menciona Víctor, un corresponsal que vive fuera del Logroño que le vio nacer. Como se le resiste la informática y no consigue publicar su comentario en el blog, me remite por correo electrónico un concentrado de nostalgia por los bares que sobreviven (es adicto al Perchas, según confiesa, y mantiene la costumbre de visitar El Soldado cuando se pasa por su tierra natal) y por los ya difuntos. Y el primero entre ellos, La Simpatía, que para mí encierra también un misterio: hubiera apostado cualquier cosa cuando cerró a que rápidamente reabriría, pero ya se ve… Los mercados, también los del sector hostelero, son un enigma.
Como Víctor, yo también lo echo de menos. Ubicado en el centro neurálgico de la Laurel, su entrada es hoy el sitio elegido por cantantes ambulantes y artesanos para vender sus mercancías. La puerta, cerrada y decorada con cartelería varia, da un poco de pena. Nada que ver con el llenazo que solía presentar, sobre todo los fines de semana; en mis primeras incursiones, cuando todavía lo pilotaban Fernando y Teresa, a mí me gustaba acomodarme en las mesas del fondo que en sus últimos años apenas se utilizaban. Habían cambiado los usos y costumbres de la clientela y se había mudado también una de sus insignias, que para mí ejercía la misma atracción que un imán: un viejo póster del Logroñés de los años 70, donde aparecían algunos de mis antiguos ídolos adolescentes. El portero García Fernández, el lateral Cenitagoya, con su bigote y su cara de no hacer prisioneros, el extremo rubio Simarro… Era el equipo que uno llevará siempre en el corazón, de modo que ingresar en La Simpatía era como volver a Las Gaunas.
Con el tiempo, la coartada para detenerme no eran tanto sus cojonudos, pincho que nunca me ha hecho demasiada gracia, como el propio Javi. Me gustaba verle dirigir su local con un chiste siempre en los labios, algún comentario ingenioso, la frase adecuada para cada cliente. Y me hacía gracia también una tapa que yo devoraba con mayúsculo placer, sus calamares rebozados. Las rabas de siempre, que allí se preparaban con buena mano y una sobredosis de cariño. Víctor, a quien dedico esta entrada, recuerda sin embargo La Simpatía por sus embuchados. Y me cuenta una anécdota: que en los últimos años, como resultó que Javi dejó de incluirlos en la oferta de su bar, ambos llegaron a un acuerdo: Víctor los compraba en una carnicería de la cercana Plaza de Abastos, se los llevaba a al bar, Javi los preparaba y luego se los comían a medias. “Al vino invitaba Javi”, concluye.
Me parece una fórmula que podría ampliarse a otros bares, pero al revés: uno lleva la botella de Rioja, la comparte a medias con su camarero de confianza y éste a cambio le sirve un bocado gratis. Es solo una idea…
P.D. El embuchado ya se ha citado aquí como uno de esos productos de la casquería de toda la vida que hoy casi, casi, casi han desaparecido de nuestros bares. Los que quedan, me parece, tienen pinta de haberse fabricado en serie, lo cual tiene su explicación, porque las exigencias en materia de control sanitario fuerzan a extremar el celo en su elaboración. Pero quienes no tenemos el paladar y el estómago tan delicados… En fin, que echamos en falta aquel sabor tan poderoso, su recia textura que exigía raudo un trago de vino, la memoria de cuando no nadábamos como ahora en la opulencia (ja) y hasta las tripas de un animal nos parecía una oferta gastronómica tentadora. Yo creo que estos platos siguen teniendo su público: tal vez si se anunciaran como almohada de entresijos pasada por la brasa de no sé qué… También es solo una idea.