Paseo agosteño por la Laurel y calles adyacentes. Uno sale de su retiro estival y tropieza con la cruda realidad del consumo hostelero: bares semivacíos y, sorpresa, sorpresa, muchos locales con este cartel colgado: Cerrado por vacaciones. Quiere decirse que, como se supone que nadie se pega tiros en el propio pie, los dueños de nuestros garitos de confianza habrán calibrado qué impacto puede tener sobre su negocio bajar la persiana por unos días y han obrado en consecuencia: la máquina registradora dejará de sonar pero caerá también el gasto corriente y el empresariado hostelero se concederá un descanso. Nada que objetar, aunque da para pensar: no recuerdo que antaño un bar de la calle Laurel cerrara en estas fechas, justo cuando se supone que los nativos contamos con más tiempo libre para enlazar una ronda con otra. Sí que hubo quienes, como el difunto La Simpatía o el Soriano, sellaban siempre sus puertas en San Mateo para evitarse la habitual turba de beodos, pero cerrar en pleno verano es algo que nunca vieron mis ojos. Y si tal cosa sucede en frecuencia sospechosa, es que la visita a los bares amenaza con dejar de ser tendencia. También en la canícula. Feo asunto.
Esto es: si el dueño del local calcula que se puede permitir un respiro en las fechas en teoría más propicias al consumo, la terracita veraniega, la tertulia con los amigos y la afluencia de turistas, se pueden extraer unas cuantas conclusiones pesarosas. La primera, que los hábitos de la clientela han cambiado. Radicalmente. En verano gana peso (supongo: todo esto son meras suposiciones) la vida en la segunda residencia, la visita constante al pueblo de adopción, las exigencias de la agenda en la urbanización hacia donde tanto logroñés ha emigrado. La segunda teoría, que discurre en paralelo, es que el consumo no acaba de remontar, lo cual se aprecia en diversos detalles: por ejemplo, que cada vez menos camareros atienden la barra, lo cual genera un servicio, hum, mejorable, así como largas estancias para ser despachado.
La tercera conclusión que uno, convertido en sociólogo aficionado, extrae de todo esto es que han cambiado también los hábitos al otro lado de la barra: el sector hostelero, antaño tan esclavo, seguro que hoy también exige una dedicación exhaustiva, pero ha dejado de ser en general ese tipo de negocio familiar que ataba al tajo a la parentela directa. Sin apenas vacaciones, pausas ni descansos. Poco que ver con esta imagen: hace unas cuantas décadas vi cerrar apresuradamente el bar una mañana de sábado a su dueño, porque se marchaba a toda prisa… a casarse. Nada menos. Una exagerada entrega al negocio, ya lo sé, pero que da una idea de cómo se ejercía antes este oficio y cómo se ejerce hoy.
Las comparaciones son odiosas. Que cada cual se decante por un modelo o por otro: aquellos bares que siempre parecían estar abiertos y estos otros que, en pleno verano, cuando llevas a los amigos residentes fuera de Logroño a acodarse en su barra favorita se dan con la puerta en las narices. Y yo los entiendo: viendo la lánguida parroquia que acude a los que resisten sin bajar la persiana comprendo perfectamente que el hostelero actual, ese que ya no tiene a la familia pegada a sus pies y que prefiere contratar a una plantilla (ahora más bien cortita) para que le ayude en el negocio, husmee que el contexto económico no arranca y se marche de vacaciones. Desde hace tiempo, ya va siendo usual que el sector cierre los domingos: una manera de explorar si pasa algo cuando decides desertar por un día de las continuas exigencias que genera el trabajo, larguísimas mañanas y tardes aguardando a que alguien se anime a entrar… Hasta decidirse por colgar en verano el cartelito de cerrado y a otra cosa. Aunque es posible también una visión menos sombría: que sí, que la crisis se ha marchado, los bares funcionan a pleno pulmón y con las renovadas ganancias sus dueños echan el candado y se piran a Benidorm. Ojalá esta versión sea la buena. Aunque no sé, no sé…
P.D. A favor de una visión más optimista del sector hostelero, que es la que yo prefiero (aunque no sé, no sé), juega la saludable novedad de recientes aperturas y traspasos, un movimiento saludable que protagonizará la próxima entrada.