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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Bares y letras

Claudio Magris, en el Caffe San Marco de Trieste

Una coalición de azares ha depositado sobre mi teclado una sugerente invitación: por qué no destinar un rato a reflexionar sobre bares y letras. Es decir, de cómo nuestras lecturas se han emparentado alguna vez con ese memorable cosmos formado por las barras y los tragos. Repasando mi propio equipaje como lector, reviso ahora al amor del bar aquellos libros que más me han impresionado y confieso que unos cuantos tienen bastante que ver con una de las declinaciones del universo hostelero más caras a la literatura: sus incursiones en el mundo de los bebedores. Sobre todo, de los grandes bebedores.

Habrá que citar en consecuencia al dipsómano cónsul de Bajo el volcán, con quien me he tropezado en una de mis lecturas veraniegas: la recomendable biografía del precozmente fallecido David Foster Wallace, un autor con su propio currículum de adicciones donde el alcohol fue sólo una nota a pie de página. Para Wallace, las peripecias del embriagado héroe que Cormac McCarthy dibuja en su novela Suttree son superiores artísticamente al retrato que Malcolm Lowry nos dejó de su Geoffrey Firmin, cuyas andanzas entre vapores mexicanos muy bien  se pudieron titular Bajo el mezcal. Desconozco la citada obra de McCarthy, como no he sucumbido tampoco a la de Kingsley Amis, de quien Malpaso acaba de publicar su apetitoso Sobreber, aunque sí he frecuentado más la de su hijo, Martin Amis, uno de mis autores predilectos y, como buen british, también entregado a la gimnasia del gin y otros destilados.

Más cerca de casa me pillan los cafés que retrató la generación de Cela y compañía, donde se consumían las horas en la larga noche del franquismo. Los madrileños cafés de La Colmena o de Tiempo de Silencio perviven en mi memoria como una metáfora muy lograda de cómo fue aquel tiempo que por edad no conocí pero que, siendo propio de la época de mis padres, he rememorado aunque sea por persona interpuesta: gracias a los recuerdos familiares, claro, pero también gracias a la alucinada prosa de Martín Santos de quien un día fui muy devoto. Los cafés poseen su propia literatura porque garantizan una atmósfera muy peculiar, desbordantes de tipos dignos de ser retratados por una pluma ágil y comprometida con su tiempo, pero también ingresan en la esfera de los libros por una vertiente muy curiosa: los cafés, entendidos como escritorio de algunos grandes de las letras. En el bar situado debajo de su domicilio confesaba el gran Pepe Hierro que se sentaba a escribir sus poemas y por los cafés han deambulado con sus cuartillas unos cuantos grandes de esta disciplina, de Borges a Cortázar, pasando por Joyce y Umbral y desembarcando en otro de mis favoritos, Claudio Magris. El escritor italiano suele pasar revista a la vida emboscado en el Caffe San Marco de Trieste y desde allí (donde lo vemos fotografiado por Daniele di Marco) dispara su lúcida escritura para beneplácito de sus adictos.

En un bar (concretamente, en un coqueto velador sobre el Paseo de la Castellana) sitúa mi admirado Javier Marías cierta escena decisiva de su enorme Los enamoramientos, novela que tanto me conmovió, y por bares de toda condición (y sobre todo mucho humo) se movían con lánguida elegancia los héroes de Hammet, Chandler y epígonos, incluido mi Ross McDonald, tan querido. Voy citando a bote pronto los vínculos entre alcohol y literatura que se me van ocurriendo, repasando mis lecturas más cercanas, y compruebo que se trata de dos universos que se alinean con tanta frecuencia como provecho. Supongo que los bares, como escenarios de un cierto imaginario literario, predisponen a los escritores a encontrar la magia que buscan en sus incursiones por el territorio de la ficción. Y supongo que en los bares nos reconocemos quienes pertrechados de nuestros libros de cabecera exploramos los conflictos y avatares ocultos entre las mejores páginas que nos han ido construyendo la personalidad. Y en los bares, en fin, se forja esa alianza entre la inspiración y la botella tan cara a la historia de la literatura. Entre lectura y lectura,  entre trago y trago.

P.D. De la gran literatura a la letra pequeña del papel prensa, el verano me ha traído la confirmación por distintos frentes de que los bares, como ya se intuía por aquí, forman tendencia. Su riquísima vida convierte la estancia en su interior en una expedición harto interesante, pródiga en ratos magníficos. Lo corrobora este estupendo artículo titulado Alcoholes que pesqué en Jot Down: lo firma el gran Marcos Ordóñez y lo rescato porque me parece, que en cierto sentido, es un enfoque barcelonés de algo parecido a lo que contamos en este blog. Algo así como Barcelona en sus bares. Espero que guste al improbable lector.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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