Hace unas cuantas semanas, cayó por mi jurisdicción una suculenta vianda de la que no tenía noticia: una estupenda morcilla, elaborada en Anguiano según me comentó la amable carnicera mientras me la expedía, prometiendo un gozo infinito cuando me la zampara. Llevaba razón la buena mujer: la recomiendo desde aquí… si tiene usted la suerte de encontrarla en algún bar de Logroño. Yo desde luego no he tropezado con ella por ningún lado, lo cual me ha hecho recordar un comentario que me hizo llegar hace ya tiempo la amiga Tere, a quien puede encontrar usted simultaneando simpatía y profesionalidad así en La Taberna de Baco como en el Donosti.
¿Qué me contaba Tere? Que en la mentada Taberna de Baco procuran como norma que sus productos tengan denominación de origen riojano. Cuando me lo dijo, caí en la cuenta de que ése era un flanco todavía sin explorar del todo entre los bares logroñeses: no porque no hagan como Tere, puesto que seguro que tienden a abastecerse en las firmas más cercanas, sino porque no explotan como debieran su vocación por las materias primas de casa. Nunca he entrado en bar alguno de Logroño donde haya tropezado con un argumento de esa consistencia tan prometedora, que encierra el compromiso de distinguirse de los demás. Hacer marca, en definitiva, que dirían los expertos en mercadotecnia que tanto abundan: bares, en efecto, donde las mercancías lleguen desde manos próximas, desmarcándose por lo tanto de la competencia con ese sello de calidad autóctona.
Insisto. Seguro que la mayoría de bares se proveen de materias primas en Logroño y alrededores, pero sí así se comportan, luego hacen algo muy mal visto en estos tiempos en que no sólo hay que ser bueno, sino parecerlo. Darlo a conocer, hacer bandera de esa tendencia a recurrir a los proveedores de su entorno. Que se entere en consecuencia toda tu clientela de que esa morcilla que llega desde la plancha es de Anguiano. O de Foncea, por ejemplo, donde también las elaboran con semejante mimo y estupendos resultados. Que los huevos vienen de esas gallinas felices que pululan por Arrúbal gracias a Rosalinda o del resto de granjas hermanas de esa dichosa cofradía. Que los embutidos provengan también de amigos indígenas, que los pimientos sean de Tormantos (o de Leiva, sin salir de esa esquina fronteriza con Burgos) y los tomates, de Zarratón. Que el queso sea de Cameros (aunque la factoría radica en Haro y me tiene entre sus fans) y los champiñones y setas, huelga decirlo…
Y que La Rioja se ofrece incluso como improbable puerto de mar y en consecuencia los calamares vienen de Tricio. Lástima que cerrara la planta de anchoas de Albelda: sigo sin encontrar otras mejores. Pero la lista que voy aquí medio improvisando puede prolongarse hasta cuanto quiera el improbable lector. Añada en consecuencia aquellos víveres que le resulten más familiares y ofrezcan mayores garantías, reclame que también el pan (ojo con el pan: alimento básico como pocos que merece por sí mismo una entrada cualquier año de estos) salga crujiente de los hornos de confianza y por supuesto, por supuesto, por supuesto: que los encurtidos patrios exijan en nuestras barras favoritas el papel protagonista que merecen. Un chorro de aceite riojano de cualquiera de los trujales que recorren la geografía regional completaría la foto: ahí tiene usted la carta más autóctona y fetén para un posible bar con denominación de origen.
Pero sobre todo, que el dueño del bar nos lo recuerde. Que toda-toda-toda la cartelería avise al cliente indígena que se encuentra como en casa porque le rodean alimentos amigos. Y que el aproveche para darle un bocado a esta tierra en sus incursiones entre nosotros y luego ejerza como el mejor divulgador de nuestros encantos.
Es sólo una idea. Una idea que regalo, con la promesa de que si algún día semejante bar se levantara ante nuestros ojos, me tendría entre sus clientes. Y me malicio que alguno más me seguiría.
P.D. Sobra recordar que cuando uno ingresa en cualquier bar logroñés, espera topar en materia de vinos con aquellos que despachan las bodegas riojanas: ahí sí que la denominación de origen se da por supuesta. Aunque viene siendo habitual encontrarse con marcas de otras denominaciones, lo cual a mí me parece bien: estoy en contra de cualquier forma de papanatismo. Me contaba el dueño de un prestigioso bar que su oferta de tintos se limita a Rioja, pero que en blancos le suelen pedir sus clientes vinos de otras denominaciones y señalaba hacia la pizarra, donde aparecían en efecto unas cuantas nacionales e internacionales. Al lado, por cierto, de la oferta en cerveza también escrita a tiza: cerveza riojana, que desde luego la hay. Igual que hay otros licores, del vermú al pacharán, nacidos aquí al lado. Sin necesidad de remontarse la añorada y muy bizarra ginebra Poldark, ‘made in’ Albelda.