Nuestro hombre en la barra: un hombre, dos bares | Logroño en sus bares - Blogs larioja.com >

Blogs

Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Nuestro hombre en la barra: un hombre, dos bares

Enrique Lorenzo, en el centro, junto a miembros de su equipo. Foto de Justo Rodríguez

 

Desde los once años, Enrique Lorenzo ve la vida desfilar desde el otro lado de la barra. Hoy, ya cincuentón, observa los avatares del negocio con el punto de lucidez que otorga eso que llaman experiencia y va engarzando en su cháchara una verdad tras otra con el aplomo de un joven veterano. Uno de tantos camareros peritos en el arte de la filosofía menor, el conocimiento cabal de la psique humana que le han regalado sus clientes: los que empezó a tratar en el primitivo bar familiar de la calle Ollerías, el mítico La Chistera, y los que militan en su propia parroquia de incondicionales, a quienes atiende por colleras. En el Lorenzo de la Travesía de la calle Laurel y en La Gota de Vino, la barra vecina alojada en la no menos castiza San Agustín.

Dos bares fieles a un estilo similar. Siendo tan distintos, rinden tributo al bar-deLogroño-de-toda-la-vida, esto es: que cuando la clientela ingresa en ellos ya sabe a lo qué va. Sabe también lo que va a encontrar y se despide luego satisfecha: la sorpresa sería la ausencia de sorpresas. El amor por el trabajo bien hecho que Enrique heredó de su padre, Lorenzo por partida doble: una leyenda del Logroño hostelero que educó a su prole en los valores genuinos del oficio. Así que Enrique se destetó en la escuela paterna ayudando a su madre Rebeca en la cocina del bar primitivo, limpiando champis, y luego se hizo mayor cuando ya en la veintena la familia adquirió ese local bautizado Lorenzo sin ninguna imaginación.

Adiós a Ollerías, hola a la calle Laurel. Allí han conocido a Enrique algunas generaciones de logroñeses, como confirma con ese espíritu burlón con que va disparando sus ocurrencias: «De las cosas que más me gustan de este oficio es que he visto a padres y madres cuando aún eran novios, luego han venido al bar con sus hijos y ahora me traen también a los nietos».

Que encuentran en el Lorenzo, entre estas paredes decoradas con un collage de viejas fotos familiares (donde el bar es siempre el protagonista) lo que viene buscando: su pincho estrella, el célebre Tío Agus. Tanta fama alcanzó tal banderilla, recuerda Enrique, que un grupo de universitarios le dedicó tiempo y esfuerzo a estudiar sus entrañas, aunque seguramente tuvieron que hincar la rodilla: el secreto del legendario pincho moruno no reside en su carne, sino en la jugosa salsa que ideó hace algún siglo la abuela Damiana. Un cóctel de especies, una pó- cima que Enrique se resiste a desvelar mientras recuerda que la apuesta de la familia Lorenzo por homenajear a la cocina en miniatura que ofrece en sus locales viene de antiguo: la impulsó desde luego la citada Damiana, pero su propio padre se ocupó de preservar ese legado en los bares que fue defendiendo. Visionario, Lorenzo incorporó por ejemplo el pulpo a la vinagreta al recetario de tapas. Hizo lo propio con el chorizo al infiernillo. Y añadió a su oferta los imprescindibles escabeches. Ah, las banderillas de nuestros padres. Como enfatiza su hijo, Lorenzo Lorenzo fue algo más que un camarero: honraba con su espíritu audaz a sus orígenes como maître, profesión que ejerció con la donosura que revelan esos retratos donde aparece de impoluto smoking blanco. El Cary Grant de los bares de Logroño.

Así, siguiendo la estela de su padre, Enrique Lorenzo acabó dirigiendo desde parecidos propósitos el Lorenzo, su propio bar. Hace una treintena larga de años se puso al frente del local en compañía de su hermano y abrió luego La Gota de Vino, en paralelo a la experiencia de disponer de su propio restaurante: el Mesón Lorenzo, esa casa de comidas aupada a un primer piso de San Agustín. Fue una actividad fugaz, cuyo desenlace permitió a Enrique y compañía centrar sus esfuerzos en los dos bares que hoy sigue comandando, superando algún desengaño que ahora cuenta (de nuevo, como siempre) entre sonrisas: «Había gente que no quería entrar en La Gota porque les parecía muy moderno». Y recuerda: «Son las mismas cuadrillas que ahora vienen todos los días». ¿El secreto? Que el bar ejerce como una suerte de neotaberna, mezclando contemporaneidad en su fisonomía y tradición en su contenido: véase su tremenda carta donde rinde tributo a la querida casquería, productos que se baten sin embargo en retirada. «Los médicos, ya se sabe»: nuevo dardo irónico.

Agazapado tras sus gafas de duende, Enrique va clausurando la charla reclamando una ovación del respetable para la generación que le precedió en su oficio y echando la vista atrás: no, no hay añoranza. Le gustaría, eso sí, que se instaurase en el sector un horario más razonable en favor de lo que llama con guasa logroñesa «reconciliación familiar», de modo que los bares de Laurel dejaran de cerrar al filo de la medianoche. «Hasta hace nada, a las diez nos íbamos todos para casa, porque también se abría antes», rememora.

Es su única queja. Porque luego confiesa su idilio eterno con la tipología actual de clientela, incluyendo a esas parejas jóvenes de vermú dominical «que se toman su vino y su pincho mientras le dan el biberón al chiquillo». Y reconoce también su felicidad por la buena reputación que para bares como los suyos generan las redes sociales, versión moderna del boca a boca, hasta concluir: «El cliente actual no se queja como el de antes. Si algo no le gusta, se marcha sin decir nada, pero al minuto lo tienes criticando por Internet». «Pero eso está muy bien, ¿eh?», lanza una nueva sonrisa. Y un par de conclusiones. Una, corta: «En un bar no puedes estar solo por dinero: también tienes que estar por diversión». Y la larga, la reflexión de fondo: «Lo importante cuando abres un bar es tener un plan. Lo pones por escrito y luego tal vez ese papel no valga de nada, pero al final te das cuenta de que en ese papelito estaba todo. La identidad propia del bar.  Lo que permite que tu bar sea distinto».

P. D. Como otros clásicos del Logroño castizo que han ido apareciendo en esta sección, también Enrique Lorenzo se decanta por preferencias tradicionales cuando se le pregunta a qué bares acude cuando abandona el suyo y se convierte en cliente. Ahí va su lista, sin grandes sorpresas: “Me gustan el Soriano, el Blanco y Negro, el Donosti, La Pulpería…” Con una novedad: cuando acompaña al patriarca de la saga de ronda, les gusta acodarse en el Gran Vía de la calle homónima. Un bar regentado por cierto por una familia de origen chino: los nuevos logroñeses.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


octubre 2016
MTWTFSS
     12
3456789
10111213141516
17181920212223
24252627282930
31