Guste o no, la manera de consumir música ha cambiado. Aquellos que acumulamos más inviernos recordamos con nostalgia esa mágica sensación que nos azotaba el espíritu cuando le quitábamos el precinto a un vinilo, cassette o L.P. para devorar ávidamente su contenido.
Ahora nos bajamos discografías enteras mientras el concepto “álbum” desaparece poco a poco. ¡Qué contrariedad!. La canción, como unidad, tiraniza las tiendas online (porque físicas apenas quedan) mientras nuestros jóvenes socializan adoptando diferentes rituales a la hora de saborear sus artistas favoritos.
Por la parte que me toca anhelo profundamente plantarme delante de un expositor e ir pasando, uno a uno, todos aquellos discos recién salidos de fábrica que nos esperaban a la salida del cole – Maristas -, en aquellos míticos establecimientos de la calle Doctores Castroviejo, a saber: Discoclub, Discóbolo y Miscelánea.
Aquellas pequeñas obras de arte que obteníamos, incluso, escarbando en la serie media y que nos hacían muy felices. También visitábamos otros comercios logroñeses, como Discos Karol, La Traviatta, Tipo, Erviti, T.N.T., Red Hot, Discópolis,… Un enjambre sonoro que nos dió cobijo hasta la llegada del mp3 y el todopoderoso Napster.
A pesar de todo, actualmente la música continúa uniendo a las personas y por siempre será el motor de nuestras almas, aunque ya no nos reunamos en aquellos espacios culturales atrincherados por toneladas de cassettes, cd´s y vinilos, soñando ilusiones.
Que nadie lo dude.