De regreso tras el exorcismo en la frontera navarro-francesa:
1 de enero del 2011. Conduzco desde Gijón a Logroño después de la Nochevieja en casa de mi mujer para incorporarme al trabajo esa misma tarde. Los ecos de los matasuegras todavía resuenan en mis oídos cuando, tras varias horas por la autovía del Cantábrico, enfilo la AP-68 comenzando a leer nombres familiares: Haro, Cenicero, Navarrete… por fin llego a la salida de Logroño. «Peaje», le digo a mi esposa para que vaya preparando el dinero. Pago como siempre. «¿No decían que desde hoy sería gratis entre Navarrete y Agoncillo?», pregunta. «Sí, incluso lo extendían a Cenicero», le apostillo.
Nada más arrancar, recibo la llamada del jefe de Sección para darme las previsiones del día… un Año Nuevo en el que, como ya es habitual, me toca currar. Pongo el manos libres y respondo. «Os estaba esperando», le suelto. «Vente pronto que hay jaleo», me asusta. Resacas de la noche de fiesta, pienso mientras me confirma que es resaca, sí, pero de fin de legislatura.
«Lo han hecho», me digo mientras recuerdo aquel 16 de agosto en el que Ángel Varea dijo aquello del «lamentablemente podría suceder que tuviésemos que gobernar con el PP». La autovía no ha sido rescatada, el PR ha roto con el PSOE y, ante la situación de ingobernabilidad, Cuca Gamarra, tras su «nunca pactaré con los regionalistas», será alcaldesa, en minoría y con el mayor número de concejales, desde esa misma tarde.
Oigo el despertador. Suena una y otra vez… «¡Cariño, cariño…!», acierto a escuchar en la lejanía. No entiendo qué pasa. «¡Cariño, cariño..!», oigo ya prácticamente a gritos junto al oído. Abro los ojos empapado en sudor. Es mi mujer, que hoy, 23 de agosto, me despierta poniendo fin al sueño… al sueño de una noche de verano.