Si Labordeta viviera, yo sería su escudero… ¡Qué buen caballero era! Ando estos días emulando a José Antonio, que en paz descanse, por los pueblos de La Rioja. Mochila (bolsa en mi caso) al hombro e intentando sacar punta a la campaña electoral en la que nos hallamos inmersos lápiz y papel en mano.
El reporterismo me ha elegido a mí y yo no puedo hacer otra cosa que corresponderle o, como poco, intentarlo. El 22-M me da esa oportunidad y me reconcilia conmigo mismo y mis orígenes pues yo también soy de pueblo.
Saludas a uno, te paras con otro, y si te dejan robas una historia. Como la de un alcalde del Valle del Najerilla, que me confiesa antes de invitarme a un vaso de vino que la política en el pueblo es más complicada que en la capital, sobre todo si no compartes siglas con quien gobierna en Logroño. O como la de un teniente de alcalde de la Sierra de Cameros, que puede dar fe de que dedicarse a la actividad municipal de un pueblo no puede más que traerte problemas con el vecino de enfrente, con ese con el que te ves obligado a cruzarte cada día, y más graves todavía si es miembro de tu propia familia.
O como la de las monjas que tras siglos asentadas entre los ríos Cárdenas y Tuerto aún tienen que darnos explicaciones de si votan, de si a quién votan o de si salen o no a la calle o ven o dejan de ver la televisión. O como la de ese corrillo de vecinos que ven pasar la vida en su condición de jubilados en una de las 7 Villas y que cuando toca llamada a urnas comprueban que son más fuera que dentro ya no de su término municipal, sino de nuestras propias fronteras.
Historias de pueblo… y un pueblo, al menos hasta el próximo 22 de mayo, en la mochila.