Agosto. Mes vacacional por excelencia. El traje y la corbata dejan paso a las bermudas y las chanclas, y el reloj, dichosa herramienta de tortura durante el resto del año, se olvida en lo más profundo del cajón. El portátil y el maletín se sustituyen por la hamaca y la sombrilla y uno comienza a olvidarse de los quehaceres diarios al mismo ritmo que se va poniendo moreno en la playa.
Agosto. Mes en el que la actividad política se sumerge en su particular letargo hasta septiembre, incluso hasta después de San Mateo en ciudades como la nuestra. El Ayuntamiento no cierra, que quede claro, pero podría… ¿Acaso alguien lo iba a notar? ¿A echar de menos tal vez? Quizás los ciudadanos sí, pero lo que son algunos concejales no creo.
Ahora que usted quizás sea uno de los muchos que puede leer el periódico tumbado en la toalla dándole el sol en la cara (vaya por delante que yo me reincorporo hoy) tal vez no se le lleven los demonios si se entera de que esa misma sensación es la que experimentan algunos de nuestros munícipes en cada pleno, en cada comisión y en cada patronato de Logroño Turismo o Logroño Deporte.
Esa misma sensación de estar tumbado a la bartola sabiendo que el maestro no les va a preguntar la lección y que, aunque no se enteren ni comprendan lo que se les dice, nadie les va a suspender. Ni siquiera su no presencia sería sancionada con falta… Y es que resulta todo tan protocolario, tan mecánico y con un guion tan preestablecido de antemano que… para qué. Siga tumbado, hombre, y si se levanta que sea a tomarse una caña en el chiringuito. O en la cafetería del Ayuntamiento.