Nos la han vuelto a liar. Los políticos, sí, con su dichoso ‘jueguecito’ de las declaraciones de bienes. Esas en las que no se especifica nada y con las que, por tanto, difícilmente se puede aclarar algo. Esas en las que se empeñan en aglutinar bienes inmuebles con su valor catastral, que no de mercado, y no diciéndonos si tienen uno, dos o tres pisos y si son de 60, 90 o 120 metros cuadrados ubicados en tal o cual urbanización. Esas que bajo el generalista epígrafe de ‘otros bienes’ aún no sabemos con certeza si se incluyen depósitos, acciones o participaciones, fondos de pensiones o ni tan siquiera el saldo de las cuentas corrientes. Esas en las que no aparecen los vehículos. Esas que únicamente dividen entre activo y pasivo haciendo que surjan las razonables dudas de si el valor real de los bienes está a nombre de sociedades o de familiares. Esas que, resumiendo, poco ayudan a la pretendida transparencia que persiguen…
Me decían ayer que de lo que se trata con el registro de bienes de los representantes municipales es conocer la evolución del patrimonio de cada concejal cada año político y al final de cada legislatura… ya saben, por aquello de evitar enriquecimientos ilícitos obteniendo ventaja de su privilegiada posición. Nada más… y nada menos. Me decían de la misma manera que las declaraciones ‘completas’, con declaración de la renta incluida, están disponibles bajo petición: justificada, eso sí, y habrá que ver que entienden en el Ayuntamiento de Logroño por justificada. Me decían que era la primera vez que los datos están disponibles en la web a un solo golpe de ratón. Sin importar que, como hoy, sea fiesta y todo esté cerrado.
Sin embargo, el citado registro, planteado como está, no hace sino echar aún más leña al fuego… a la hoguera al que parece condenada la clase política. Nadie duda de que la declaración de unos y otros sea la correcta, pero con tantos ‘peros’ lo único que consigue es exactamente lo contrario que se pretende: invita a la comparación, a la división entre ‘ricos’ y ‘pobres’, a estigmatizar a quien más tiene y a quien más debe y, encima de todo, a la puesta sobre el papel de un ránking que, después de mirado y requetemirarlo, nadie (ni ellos mismos) se creen.