¿Votar o no votar? ¿Participar de un sistema electoral injusto o pasar olímpicamente haciendo caso omiso de la llamada a las urnas? ¿Para qué votar a alguien que no tiene opciones de salir? ¿Y si no te convence propuesta alguna? ¿Hacer de la abstención bandera o buscar otras fórmulas para expresar democráticamente el sentir generalizado de hartazgo? ¿Sirve de algo votar en blanco o es mejor votar nulo? ¿Hay posibilidades reales de que esto cambie alguna vez? ¿De que los de arriba manden obedeciendo?
Dice el filósofo vasco y ensayista español Daniel Innerarity que una sociedad es democráticamente madura cuando ha asimilado la experiencia de que la política es siempre decepcionante. Y no le falta razón escuchando a mi vecino, con quien ayer coincidía en el ascensor y sabedor de mi condición de periodista me decía que el próximo domingo nos obligan a elegir entre el menos malo. No obstante, PP y PSOE siguen repartiéndose el grueso del voto pese a que sus líderes son cada vez peor valorados y mucho me temo que precisamente no serán decepcionados quienes decidan ir a agitar banderas a Génova el próximo domingo como tampoco lo eran los que lo hicieron en Ferraz en el 2008. ¿Tenemos lo que nos merecemos o simplemente lo que queremos?