Atrás quedaron las visitas en las que el interés estaba en las formas más que en el fondo, aquellas en las que el anfitrión esperaba al huésped al final de la escalera siendo otro (otra en este caso) el que le abría la puerta, las mismas en las que no hacía falta insistir al invitado para que tomase asiento pues se contaba con la certeza de que no se iba a quedar mucho tiempo, esas en las que uno y otro miraban de reojo el reloj tratando de disimular aun sabiendo que el de enfrente probablemente estuviese haciendo lo mismo.
Hoy, todo aquello ha cambiado. Pedro Sanz era recibido una vez más (y van…) por Cuca Gamarra sabedor de que lo menos noticioso de su encuentro, al contrario que sucedía las contadas ocasiones en las que se dejaba caer por el Ayuntamiento de Logroño durante la pasada legislatura, era la otrora tan ‘vigilada’ comunicación no verbal: ni gestos ni posturas ni expresiones faciales que valgan… La incomodidad de antaño se ha tornado en relajación y confianza como por arte de birlibirloque y los focos, ahora sí, solo se centran en los discursos, independientemente del calado de los mismos. Los cortos ‘¿qué tal, Tomás?’ y ‘¡bienvenido, Pedro!’ han dado lugar a largas comparecencias en las que lo de menos es el tiempo. En definitiva: lo extraordinario se ha convertido en rutinario…
La explicación, según alcaldesa y presidente, es que logroñeses y riojanos exigieron en las urnas entendimiento y colaboración entre administraciones dando un portazo al enfrentamiento anterior. Visto desde el ciudadano queda claro que esa misma exigencia estaba presente antes de depositar la papeleta en ellas. Otra cosa es que, tras cuatro años con las siglas por encima de todo, ni uno ni otra lo quisieran ver.