No es ya que no remonte el vuelo, es que su continua caída en picado hace temerse su siniestro total. El aeropuerto de Logroño-Agoncillo, casi sin aviones, va camino de quedarse también sin pasajeros. 29 al día en lo que va de año, o lo que es lo mismo, un cuarto del pasaje en cada ida y cada vuelta del servicio cuasi-diario a Madrid. Los datos, si no fuese por lo serio del tema, invitan a la risa. Y a plantearse sin más retrasos ni cancelaciones -desgraciadamente no las de los vuelos, prácticamente inexistentes- qué se puede hacer.
¿Tiene sentido mantener un aeropuerto así? La respuesta, obviamente, es no… sin embargo, una vez invertida la millonada que ha costado, algo habrá que hacer. ¿Cerrarlo sin más? No lo sé, pero mientras llegan alternativas como mínimo toca que los responsables den la cara. Que nos expliquen mirándonos directamente a los ojos el porqué de una apuesta que ya se veía venir fallida. ¡Basta ya de que nos salió gratis por ser financiado íntegramente por Fomento! ¡Basta ya de vendernos motos cuando lo que se necesita para su funcionamiento son aviones!
Pensar que un aeropuerto puede depender de los vuelos veraniegos a las islas o de los de bajo coste a las capitales europeas que no son tal -sino a bases aéreas como la riojana situadas a decenas de kilómetros de donde el pasajero realmente quiere ir- es estar tan en las nubes como creer que por ser el quinto aeropuerto de España que más pasajeros ganó el año pasado íbamos a despegar. Logroño-Agoncillo se ha estrellado. Y quienes apostaron por el aeropuerto lo han hecho con él. ¿Por qué el aeropuerto se impuso al resto de infraestructuras? ¿Por qué tal error no sólo se cometió en La Rioja? Que nos lo expliquen sin darnos puerta, pues ni siquiera les va a quedar la de embarque.