Justo cuando el reloj apura sus últimas horas para despedir el 2013 y dar la bienvenida al 2014, las agujas marcan ineludiblemente el momento de comenzar a pensar en la que se nos viene encima. Se avecina año electoral, años electorales para ser precisos. Y es que si para éste tocan elecciones europeas, para el siguiente se sucederán municipales, autonómicas y generales, cerniéndose sobre nosotros una concatenación de llamadas a las urnas que nos sumirán en una continua campaña que parecerá no tener fin.
Si de pedir deseos se trata, únicamente cabe esperar que la ciudadanía ejerza como tal, que abandone de una vez por todas la actual dejación de funciones en la que se halla sumida y tome conciencia de que la condición de ciudadano no viene dada porque sí, sino que hay que ganársela.
Tal deseo se sostendría en la esperanza de que cada vez hay más ciudadanos que alzan la voz contra la limitación de la participación política a votar cada cuatro años. Vamos de escándalo en escándalo. No hay poder que esté a salvo, y ni gobernantes ni políticos ni jueces ni periodistas quedan libres de sospecha. Cada vez hay más gritos de disconformidad con una democracia supuestamente representativa, cuyos gestores parecen empeñados en asemejárnosla a un chiringuito pensado para que los representantes se sirvan más que para servir a los representados. Y ojo quien ose gritar más de la cuenta.
¿Y si hablásemos de esperar realidades? Pues uno debería como mínimo exigir más democracia. Si los problemas de la democracia se resuelven con más democracia, ¿a qué estamos esperando? Y entiéndase por democracia mucho más que decidirse por tal o cual papeleta… La tan traída y llevada regeneración nunca se producirá de arriba abajo, sino que debe llegar de abajo a arriba, y es ahí donde la sociedad, el espejo de todo, verdaderamente decide. Y se la juega.