192, 192 millones de euros de los 220 concedidos mediante un crédito sindicado en virtud a la liberación de los terrenos resultantes de soterrar las vías del tren… con el aval de las administraciones y, por tanto, con el dinero de todos. Dicho de otra manera, Logroño confió la financiación de la integración del ferrocarril, la obra más grande de su historia moderna, al boom inmobiliario sin prever las consecuencias del pinchazo de tal burbuja. Hoy, y siguiendo lo ya reconocido por la alcaldesa, los cálculos han saltado por los aires: «Con la venta del suelo no va a bastar para financiar la primera fase del soterramiento». Con lo que de la segunda y la tercera mejor ni hablamos. Logroño se ha gastado un dinero que no tenía y que esperaba conseguir con la enajenación del suelo liberado, lo que, visto lo visto, ha resultado ser la cuenta de la lechera…
Soltamos suelo, sí, pero a costa de atar a los ciudadanos con los bancos. Por tanto, el problema no es ni un túnel ni una glorieta (la idea original contemplaba tres lagos y un edificio auxiliar en forma de ‘ratón’ de los que nunca más se ha vuelto a saber nada), ni este ni aquel solar más o menos cercano a tales o cuales viviendas (que se pongan a la venta es muy diferente a que se vayan a vender). El problema es que aún nos resistimos a reflexionar sobre si el sueño del soterramiento (al menos concebido de esta manera) no fue un delirio, el mismo que nos ha llevado a llenar el país de, además de estaciones sin trenes, de aeropuertos sin aviones, de autopistas sin coches, de estadios de fútbol sin fútbol o de palacios de congresos sin congresos… y ahora toca pagar los excesos (estos sí que de verdad).
Definitivamente, el ladrillo no trajo nada bueno. Y aquí nadie dijo ni mu… y si lo dijo, se le tachó de loco. ¿Acaso no resulta poco cuerdo encomendarse a ese mismo ladrillo para que nos solucione un problema así?