Un paseo más en un día cualquiera, Logroño, como toda ciudad viva y viviente, va lanzando mensajes… Basta con tener los ojos bien abiertos y los oídos prestos y dispuestos para captar la verdadera esencia de esa viveza, esa que pasa tantas veces desapercibida por las prisas o por tanta ida y venida sin saber bien a qué o a ninguna parte. Salgo de la redacción de Diario LA RIOJA con dirección a la futura plaza de Adolfo Suárez, resultante de las obras del nuevo Palacio de Justicia, y hago escala en la plaza Primero de Mayo, con tanto o más ajetreo si cabe. Antes, a primera hora, me he pasado por la plaza de los Tilos, que se dispone a ser intervenida del mismo modo que las dos anteriores… ya saben, ‘por sus obras los conoceréis’. Voy con tiempo de sobra, por lo que mi paso de calle nada tiene que ver con mi zancada de trabajo y reparo no una ni dos, sino hasta tres veces, tantas como plazas-parques visito, en grandes carteles que anuncian otra obra, aunque en este caso en el Bretón con motivo de su 25 aniversario.
‘Continuidad de los parques’ se llama. Vuelvo al periódico con la misma calma, aunque por Pérez Galdós y, por tanto, con escala en el parque de Gallarza; y antes de irme a casa a comer, que lo haré por el castigado México y el flamante parque del soterramiento, pido a mi cultural compañero Jonás el programa del teatro y leo, en relación a la citada representación, que «la acción transcurre en un parque, ese trozo verde en medio del cemento, del ruido y de la multitudinaria soledad de las ciudades. Allí, en un parque, cambian las reglas del juego, y uno se encuentra consigo mismo». Pienso que Logroño no sale mal parado en materia de zonas verdes, las mismas zonas amables que cuando llegué… y me digo que las vacías no son zonas verdes, que más bien habría que poner verdes a quien las puso o permitió que cambiasen de color.