Anhelo de todas las poblaciones de interior sin excepción, el deseo vehemente de mojarse la barriga cuando llega el verano llevó a ciudades enteras a improvisar playas en pleno río inmortalizadas en fotos añejas en color sepia cuando se comía de fiambrera y ‘veranear’ era un lujo al alcance de solo unos pocos. Otros tiempos, otras gentes y, ni que decir tiene, otro modo de disfrutar del tiempo libre… de entender la vida en definitiva.
De Toledo, que tal era el caso, llegué a Logroño para encontrarme esas mismas imágenes de bañistas en blanco y negro solo que cambiando las aguas del Tajo por las del Ebro y las piraguas de Safont por las barcas del Pasti. Toledanos y logroñeses, cosa que hoy nos parece increíble, mitigaban el calor del estío en esos mismos meandros que hoy miramos con desconfianza… Así ha sido durante años; y digo ha sido pues en esas estábamos cuando algunos no han podido resistirse a recuperar del cajón las viejas estampitas y preguntarse ‘¿y por qué no?’; y digo preguntarse pues no ha sido eso lo malo, sino que con tales interrogantes nos han hecho partícipes a todos de su insolación (y por tanto, espejismo) y han metido a la ciudad en una especie de carrera por la ‘operación bikini y bañador’.
Le pasó a Tomás Santos con su ‘sueño de una noche de verano’ que supuso la construcción de un embarcadero por 900.000 euros para tornarse en la pesadilla de Cuca Gamarra, y parece sucederle a la actual alcaldesa que, dando libertad absoluta a quienes debían sentar las bases para la remodelación de la Glorieta, han planteado una playa urbana frente al Sagasta por 260.000 euros. ¿Y dónde quedaría la playa de verdad? Pues a menos de dos horas, justo el tiempo necesario para que una ocurrencia se vaya tal y como ha venido…