
Dicen que hay que ponerse en los zapatos del otro y ver la vida desde allí para darse cuenta de que las cosas no son siempre como uno las ve. Y eso es precisamente lo que hago: calzarme unos zapatos altos e irme de
‘taconeo’ por la Gran Vía para comprobar y hacerles partícipes de los riesgos que entraña el desechar el calzado plano a la hora de ir y venir calle arriba, calle abajo.
Debo advertirles de que, ya de por sí, no matarse a partir de los seis centímetros conlleva su práctica. Pero tranquilos… nada que no se solucione con un par de pares de experiencia. Tarde o temprano, superados los traspiés iniciales, la Gran Vía logroñesa pone a prueba tu supuesto paso firme y seguro. Un examen, del que huelga decir que no siempre se sale indemne, en el que todas y cada una de las erosionadas juntas de adoquines, baldosas y losetas esconden ‘sorpresa’: una ‘tapa’ olvidada, un tacón destrozado, una ligera torcedura o un esguince de grado III… Sólo el pie femenino sabe de qué hablo. Mortificado en una posición poco ortodoxa y, para más ‘inri’, sometido a toda una carrera de obstáculos ante la incomprensión de la Administración local.
«Situación idónea para el relanzamiento y la reivindicación de la alpargata…», podía leerse en uno de los comentarios al reportaje publicado por Diario LA RIOJA hace apenas un mes. O para emitir un bando desde la Alcaldía aconsejando desterrar al fondo del armario aquellos zapatos tan monos pero con un pelín de tacón de más o prohibir, digo yo, directamente su uso. No se lo tomen a broma: Cuca Gamarra es muy dada a las bailarinas y Tomás Santos, de momento y que sepamos, no es amigo de plataformas… ¿Listos para hacer sus propuestas?