Pasó en el polideportivo de Lobete, en la Gran Vía, en los parkings subterráneos que fueron ‘salpicando’ aquí y allá el centro de Logroño… Como casi en cualquier ciudad que se prestase el ‘boom’ del ladrillo trajo consigo grandes obras y, pasado un tiempo, grandes goteras. Desperfectos cuya subsanación supuso en el mejor de los casos tirar de garantía y en el peor hacerlo de las arcas públicas ocasionando los ya denunciados sobrecostes. Y se lo dice quien tras apenas tres años viviendo de alquiler en un piso nuevo cuyo precio de venta prácticamente rozaba un ojo de la cara se ve obligado a ‘mudarse’ tras reventar un latiguillo del grifo de la cocina y ‘elevar’ la piscina al salón de su vivienda.
Nadie duda de que se construyó deprisa y, visto lo visto y a las pruebas me remito, mal. Por ello sorprende que ahora que precisamente las cosas están cambiando (o deberían), más que nada porque la situación obliga, los logroñeses en particular y los riojanos en general nos desayunemos con que la nueva estación de ferrocarril, esa joya arquitectónica de la corona que es el soterramiento, presente filtraciones y humedades (en la foto, de Juan Marín) prácticamente cuando apenas lleva un año de servicio. Flamante, sí; pero con problemas impropios de algo recién estrenado, también… La sorpresa ha sido mayúscula porque la ciudadanía, olvidadiza como es, ni siquiera había caído en la cuenta que tan magna obra de ingeniería pudiese rescatar escenas como las del polideportivo de Lobete, la Gran Vía o los parkings subterráneos que fueron ‘salpicando’ aquí y allá el centro de Logroño… Si las goteras son los puntos suspensivos del techo de menos, toca confiar en que la estación aún está de obras y todavía hay tiempo de corregir y convertirlos en punto y final.