Se levanta como usted y como yo, cuando suena el despertador que tiene encima de su mesita de noche, se quita el pijama, que recoge cuidadosamente incluso poniéndolo debajo de la almohada, se calza sus zapatillas, se asea con celeridad pues como todos va con prisa, se mira un par de veces en su pequeño espejo no exento de coquetería, cierra la puerta y se va.

El día comienza para Camilo de forma similar a la de tantos logroñeses sin trabajo que amanecen con la única intención de intentar buscarse la vida, nada especial si no fuese porque este portugués de 46 años se levanta cada mañana haciendo todo un ejercicio de dignidad… en plena calle. Camilo Alves da Silva ha convertido el patio de los antiguos Maristas en su ‘hogar’. El porche de uno de los accesos interiores al polideportivo que acoge con cierta regularidad eventos solidarios le sirve de improvisada ‘habitación’. Camilo lo considera su casa. No en vano, barre cada día e incluso saca la basura. Un caso extremo, sí; marcado por problemas con las drogas y el alcohol, también; de exclusión social, no descubro nada; pero en el que la conversación de tú a tú le lleva a uno a pensar que le puede pasar a cualquiera.

Trabajador del campo durante años, enfermo en rehabilitación y conocido de los servicios sociales, pide ayuda para salir de su dramática situación… y lo hace desde la dignidad de quien tiene derecho a rehacer una vida que nunca le ha sonreído. Hablas con él y te quedas tocado. Y cuando emprendes camino hacia la redacción a contar su historia, se te hacen visibles aquí y allá muchas otras personas en tal o cual portal sentadas en el suelo con un cartel en el que generalmente piden trabajo. Ya no vale –nunca ha valido– con unas monedas. ¿Caridad? No, derechos sociales. Asistencia, por supuesto… y trabajo, sobre todo trabajo. La dignidad está ahí fuera.