Y por fin el Ebro se convirtió en la principal avenida de Logroño… aunque solo fuese durante un fin de semana (bueno, ya van varios, pues este artículo fue publicado el 9 de febrero durante la primera crecida del año). Algo es algo, que diría aquel. Y, además, sin que tuviesen nada que ver los políticos, aunque también se dejaron ver, precisamente, para verlo. El río se creció, casi tanto como en el 2003, y los logroñeses cayeron en la cuenta de que el Ebro no solo estaba ahí, en su sitio, sino que cuando se muestra en toda su dimensión hace que la ciudad le mire de frente y deje de darle la espalda. Sucede de cuando en cuando, pero cuando lo hace su recuerdo tarda en irse y es como si se le tuviese más en cuenta al menos en esas semanas que le siguen, caso de ésta. La lluvia y el deshielo en la cabecera hicieron que las aguas, a su paso por la ciudad de Logroño, se multiplicasen por quince en caudal y altura y, de paso, multiplicasen por muchas más las visitas que reciben cualquier sábado o domingo.
Nadie quería perdérselo. Y cuando digo nadie me refiero a que incluso de madrugada, con una noche de lluvia y viento, amén del frío y la humedad, hubo quien se aproximó a las riberas pese a las advertencias y las llamadas de precaución y de prudencia para admirarle en todo su esplendor y, ya puestos, llevarse a casa unas fotos. Y créanme si les digo que no fueron ni uno ni dos ni tres… El aluvión fue de agua y de gente; de hecho, fue la primera la que atrajo a la segunda, y la primera la que impidió el paso de la segunda a través de zonas nunca antes afectadas por desbordamientos como la pasarela entre puentes o el paseo entre parques. La pena es que la crecida ya no es tal y el interés por el río se irá perdiendo… hasta el punto de que quizás ese que de madrugada tiró unas fotos para inmortalizar el momento, un día lo cuente desde el sofá de su casa diciendo ‘yo estuve allí’ en vez de recordarlo mientras recorre uno de sus caminos o sendas fluviales.