Es de lo bueno de la profesión… de lo poco que te reconcilia con el perro oficio. Toparte de bruces con alguien al que puedas ‘robar’ una historia. Y eso fue precisamente lo que me sucedió ayer. Una llamada de teléfono en pleno aguacero de regreso a la redacción tras toda una mañana en el Ayuntamiento me hizo jurar entre dientes. Siempre a mí, pensé. Me fui a casa, cogí el coche y al Riojafórum sin tiempo que perder… Y créanme que pese a mi cabreo inicial mereció la pena.
Reconozco que jamás había oído de William Rodriguez. Una década como héroe nacional y yo sin enterarme. Sin noticias de Willy, que diría aquel. Me senté con Justo en las escaleras del auditorio y, junto a más de 300 mayores, me dispuse a escuchar su historia. En esta ocasión no hubo que ‘robar’ nada, pues este portorriqueño regala su relato a quien quiera oírle. Fotógrafo y redactor lo hicimos: Barrendero del World Trade Center, concretamente de las escaleras de hasta 106 pisos, ‘Willy’ fue la última persona en salir con vida de las Torres Gemelas antes de su colapso en los televisores de todo el mundo.
Pero lo más increíble de todo es que desde que impactó el primer avión con la primera de las torres, al encargado de pasar la fregona desde hacía diez años sin que nadie reparase en él le dio tiempo a rescatar a 14 personas y a guiar hasta la salida del rascacielos a varias decenas más entre las ruinas, las llamas y el humo… Conocedor como nadie de una ruta que abrillantaba a diario con un solo receso para desayunar en el restaurante del piso 106, Rodríguez era poseedor de una de las cinco llaves maestras que abrían todas las puertas del edificio. Una llave con la que fue evacuando planta por planta hasta la 39 y que, a día de hoy, la autodenomina la llave de la esperanza.
Confieso que el sentirla entre mis dedos ha sido uno de los momentos más especiales que me ha deparado mi profesión… quizás, contagiado, no lo niego, por la fuerza narrativa del relato de Rodriguez. A sus 50 años recuerda haber vivido aquel 11 de septiembre que cambiaría el mundo para siempre como el actor principal de una película que se sabe protagonista sabedor de que a él no le puede pasar nada. Hoy, una década después, tampoco olvida como al día siguiente de los trágicos atentados en Nueva York cayó en la cuenta de que su supervivencia había sido un “milagro de vida”.
Así nos lo hizo saber tanto a Justo como a mí. Es más, nos regaló una copia de una fotografía que tomó el mismo 10 de septiembre del 2001 con una cámara digital regalo de su ‘mamá’. En la misma se pueden ver las dos torres desafiantes… amenazando con llegar al cielo de la capital del mundo en un día nublado. Nos las dedicó con palabras de afecto… a Justo, también Rodríguez de primero, y a mí, que lo soy de segundo. Nos estrechó la mano… Y abandonamos Riojafórum más tarde de lo previsto, llamando a casa de que llegaríamos tarde a comer, pero satisfechos… satisfechos con una instantánea histórica tomada por un humilde barrendero que 24 horas después pasaría a ser todo un héroe.