No fue procesión dominical, sino un martes de semana cuasi-festiva. No se desarrolló cuando la ciudad duerme, sino cuando las calles son un ir y venir de gente. No fueron rezos en voz alta, sino lemas profanos escritos en grandes letras. No fue ninguna cofradía religiosa la que convocó, sino sindicatos laicos que responden a las siglas de CCOO, CSIF y UGT.
Eso sí, las dos terminaron igual. Igual de mal, se entiende.
Sólo unos días después de la polémica originada en torno a la procesión del rosario de la aurora (saldada con varias llamadas a la Policía de vecinos incapaces de volver a conciliar el sueño tras ser sacados de la cama a altas horas amén del posterior cruce de declaraciones a favor y en contra),
la otra ‘marcha’ de la semana, la manifestación del 8-J, acababa como el rosario del mismo nombre…
La huelga se quedó en amago pero entre unos y otros sí que se dieron. A golpe de pancarta, echando pestes mutuamente y entonando aquello del ‘nunca máis’. Lo vivido durante el paro de empleados públicos en Logroño y su repercusión mediática debería servir a los protagonistas para darse cuenta de lo que una gran mayoría, siguiendo el dicho popular, ya sabíamos: que la unión entre CCOO y UGT con CSIF no podía traer nada bueno. Hay cosas que, ya de antemano, es fácil intuir que no van a salir bien.
Quedarse con que el día elegido para echarse a la calle y protestar por los recortes salariales y sociales del Gobierno no fue el acertado es engañarse a sí mismos.
Lo cierto es que, con la opinión pública en contra y con más de cuatro millones de parados de brazos cruzados, llegado el momento de manifestarse, los funcionarios se comportaron como funcionarios… Sólo fue un día más. Igual que el de la próxima huelga general.
La imagen de los ya famosos ‘pancartazos’ del 8-J, en esta ocasión, es del compañero y amigo Juan Marín…