Nuestros cuerpos tienen una manía: ser como son. Y no se les puede culpar de ello: los ‘Homo’ hemos pasado varios millones de años evolucionando como cazadores-recolectores, y sólo llevamos unos pocos miles como asentados consumidores agrarios. Así que nuestros genes llevan impresa a fuego una orden categórica: si tienes ante ti la oportunidad de comer muchas calorías, traga. Que el mañana nunca está tan claro como el ahora.
El resultado es, en nuestras sociedades occidentales de la opulencia, una epidemia de obesidad que promete llevarse por delante todas las previsiones sanitarias. La OMS alerta de que, si se sigue la progresión actual, el 48% de los hombres tendrán obesidad en el 2030, y prácticamente todos (el 89%) sobrepeso. Las instituciones y profesionales médicos que estudian el tema son unánimes en sus críticas a la lentitud de las instituciones en tomar medidas para paliar un problema sanitario que amenaza con poner en jaque, en pocos años, la capacidad de los sistemas de salud.
Frente al empuje de la obesidad, las campañas educativas han demostrado tener poco afecto. Así que los expertos llevan años proponiendo medidas más drásticas contra los «sospechosos habituales» de causar obesidad. Y entre ellos, especialmente contra un enemigo número uno: el azúcar.
El azúcar está desde hace años en el punto de mira de los estudiosos. De hecho, la OMS redujo este mismo año la cantidad máxima recomendada que debería ingerir un adulto: unos 50 gramos al día para una dieta de 2.000 calorías. No es mucho: una lata de Coca Cola ya supera los 35 gramos.
El problema es que no resulta fácil de calcular. El azúcar (con ese nombre, o en forma de jarabe de maíz o jarabe de glucosa) está presente en todo tipo de alimentos.
Evidentemente, hay azúcar en las ‘chuches’ y también en la mayoría de los refrescos. Pero muchos otros alimentos (desde los cereales para el desayuno al pan de molde o los yogures) llevan sus buenas cantidades de azúcar. Y la relación entre el consumo excesivo de azúcar, la diabetes y la obesidad está más que documentada.
Ante eso, la pregunta es qué hacer. Poco a poco la opinión internacional va eligiendo un camino que los países ya han andado: el del tabaco. Más allá de campañas educativas, la propuesta es tocar lo que al consumidor le duele más: el bolsillo. Países como Francia ya han instaurado un impuesto a las bebidas azucaradas ( de unos 6 céntimos por litro), pero es un camino que acaba de empezar… y una batalla industrial en ciernes.