A finales de junio sufrí un amago de ictus.
Había llegado a casa tras el trabajo y estábamos mi mujer y yo intentando que los niños se acostaran. Estaba en la puerta de la cocina cuando, de repente, comencé a notar la falta de fuerza en la pierna derecha y un temblor incontrolado y un hormigueo que rápidamente pasaron al brazo. Me deje caer para evitar un trompazo mayor antes de que las fuerzas me fallaran del todo. La parte derecha de la cara fue la siguiente afectada, el hormigueo vino acompañado de una pérdida de visión que aumentó exponencialmente mi preocupación.
Estaba acojonado. Intenté llamar a mi mujer mientras mis hijos veían cómo temblaba en el suelo.
Volví a recuperar la sensibilidad en todo el cuerpo poco a poco. Pensaba que solo habían pasado unos segundos pero Carolina me dijo que no, que había pasado más de un minuto.
Intenté levantarme apoyándome en la mesa de la cocina. Cuando ya empezaba a recuperar el aliento, volví a sentir los mismos síntomas. Fue entonces cuando llamamos al 112. La ambulancia no tardo en llegar e inmediatamente me trasladaron al Hospital San Pedro, en dónde decidieron ingresarme para hacerme todas las pruebas necesarias para tratar cuanto antes lo que parecían los síntomas de un ictus y para evitar las posibles secuelas.
Durante varios días, pasé por todo tipo de máquinas y pruebas bajo el protocolo de ictus para saber qué me podía haber ocurrido. (Paréntesis: En este tipo de situaciones te das cuenta de la gran sanidad pública que tenemos en España y de los grandes profesionales que trabajan en ella). Los resultados mostraron que eso que hubiese sido lo que me había pasado no había dejado secuelas físicas.
Volvía a casa recuperado pero con el miedo metido en el cuerpo y aproveche unos días que casualmente había cogido de vacaciones en el trabajo para intentar olvidarme un poco de lo sucedido.
Regresé al periódico con la misma ilusión de siempre y con la tranquilidad de encontrarme bien físicamente, aunque con el canguelo todavía muy presente. Pasados unos días y después de toda la mañana trabajando, mientras transcribía un texto al ordenador noté que perdía la visión, sentía temblores por todo el cuerpo y sudores repentinos y notaba cómo mi corazón se ponía a mil.
Fui al baño a lavarme la cara y a intentar calmarme pero, al volver a sentarme, los síntomas se repitieron instantáneamente.
Me fui rápidamente a casa muy preocupado. Algo no estaba bien en mí.
Por la tarde lo intenté de nuevo. Otra vez las mismas malas sensaciones y otra vez directo a casa. Nuevo intento la mañana siguiente, nuevo fracaso.
Llamé rápidamente al neurólogo ( muchísimas gracias, Curro, por tu atención, cariño y profesionalidad), que me confirmo lo que ya sabía: no había secuelas físicas. Sin embargo, sí me explicó que me había incorporado a trabajar demasiado pronto, sin asimilar lo que me había pasado.
Desde entonces estoy de baja, intentando recuperar mi salud mental, hasta ahora, una gran desconocida para mí.
Han sido meses complicados, con muchos momentos de bajón, con muchas ganas de recuperar la normalidad, de volver a mi trabajo y con muchas dificultades para entender qué me estaba pasando.
Al principio, me daban crisis nada más levantarme de la cama. Después volvieron cuando intenté probarme que estaba de nuevo bien. También llegó la tensión constante, acompañada de los miedos y las angustias. Y ahora, gracias a mí psiquiatra, mi psicóloga y mi doctora de cabecera, comienzo a aprender a conocerme, a saber cómo afrontar y como adelantarme a posibles situaciones que me generan esa ansiedad y sus correspondientes consecuencias físicas.
No está siendo fácil para mí. Se me hace difícil entender que esté en esta situación cuando siento que tengo todo lo que podía desear, con la familia y amigos que quería y con un trabajo que me encanta. Me cuesta verlo a mí, así que es difícil explicárselo a los demás.
Pero me han hecho ver que no es un proceso sencillo, que requiere su tiempo y que hay que curarlo bien. Me pusieron el ejemplo de la escayola. Cuando uno se rompe un hueso del brazo lo escayolan para que sane bien. Si la escayola se quita antes de tiempo, hay muchas posibilidades de que el hueso mal soldado vuelva a fracturarse.
Y en esas estoy ahora, en recuperar rutinas, en intentar volver a estar bien, a estar mejor que antes.
Cuando comencé este blog, hace ya mucho tiempo, un tipo vergonzoso como yo sabía que las vergüenzas tenían que quedar atrás y que era necesario exponerse para contar de forma fiel, práctica y creíble mi objetivo de alcanzar una vida basada en hábitos saludables, con una alimentación sana y la práctica deportiva. Ahora me doy cuenta de que me faltaba una tercera pata en este banco: La salud mental. En ello estamos…
PD: En estos malos momentos por lo que he pasado ha sido muy reconfortante saber que cuento con mucha gente a mi lado que se preocupa por mí ( mi pareja, mi familia, mis amigos, mis compañeros, los profesionales que me han atendido y muchas otras personas que han estado pendiente de mí durante todo este tiempo).
En estos meses, también he dejado de lado por completo esos hábitos alimenticios saludables y la actividad deportiva que he defendido durante mucho tiempo en este blog. Por eso, quiero agradecer especialmente la llamada de Kike y Paula de Nutrium, que me acompañan desde el minuto cero en este viaje que es ‘Objetivo 25 kilos’. “Olvídate del blog. Estamos aquí para ayudarte. Lo único que nos preocupa es que vuelvas a estar bien”, me dijeron en cuanto se enteraron.
El proceso va a ser más lento que la primera vez pero confío en que las tres patas de mi banco acaben siendo más fuertes que nunca.