Mi hija, como os conté días atrás, acaba de cumplir 12 años. El tema es que la pequeña es mi mejor aliada y, a la vez, la boicoteadora número uno de este reino. “Que tú te estés cuidando no quiere decir que todos tengamos que comer esto”, me soltó la semana pasada después de que le sirviese unos macarrones espectaculares con tomates cherries y queso feta al horno. No acabó chupando el plato porque sabe que se hubiese marchado con un castigo en vísperas del fin de semana. Pues bien, la pequeña de la familia, que en el fondo es un ser sensible y cariñoso, fue una de las primeras en darse cuenta que además de bajar de peso, el volumen de mi cuerpo tampoco es el mismo.
Por lógicas razones de la pandemia, Paula Fernández Giménez no nos mide el contorno (pecho, cadera, muslo…). Sin embargo, ahí apareció el ingenio de mi hija para inventarse el ‘abrazómetro’. “Cuando empezaste apenas podía juntar las manos”, me dijo. “Ahora sí puedo”, añadió mientras me daba un abrazo. Porque el objetivo de Luismi y servidor continúa adelante. Y con buena nota. Porque Paula todavía no ha sacado su látigo y solo le damos buenas noticias. En el último control, Luismi se presentó con 2,5 kilos menos, de los que 800 gramos eran pérdida de grasa, y yo resté 1,400, todo grasa. Es decir, en tres semanas llevamos acumulados más de seis kilos y medio cada uno. Por cierto, como ya hemos repetido, es la única vez que pisamos una báscula en una semana porque el peso no es algo que nos quite el sueño. Ambos sabemos que siguiendo las pautas de Paula cada vez nos vamos sintiendo mejor. Y bajamos.
Para presentarnos con esas cifras y sacarle los viernes una sonrisa a nuestra nutricionista, intentamos seguir sus consejos y pautas, además del trabajo físico que supervisa Fernando Carrascón. Mucho sudor y esfuerzo y ni una sola lágrima.
En la última consulta, Paula nos hizo un taller de yogures. Qué hay que saber antes de darle un bocado a estos postres. Y descubrimos que muchas veces somos víctimas del márketing. Sí, es un yogur 0% pero tiene azúcar; o es bifidus, una de las bacterias presentes en toooooodos los yogures; o es natural, pero en realidad tiene demasiados aditivos. El gran secreto está, según nos dijo Paula, es saber leer las etiquetas. Y el mejor consejo fue que a la hora de comer un yogur es mejor cogerlo natural (con leche entera o desnatada) y ser nosotros los que le agreguemos azúcar, miel, frutos secos, fruta, etc, etc, evitando los que lleven aditivos que terminen, por ejemplo, en “truosa”.
Nos quedan diez días y una semana santa en el medio hasta nuestra nueva reunión. El dúo dinámico continúa con el objetivo viento en popa. Me he sorprendido gratamente de la gran acogida que ha tenido el blog y de la cantidad de seguidores que está sumando. El último del que he sido consciente es el de mi vecino de huerto (ya os contaré la maravilla esa), Tomás, que me contó que en la primera aventura de Luismi también bajó 25 kilos. Eso motiva mucho y ahora el reto es al cuadrado…