El Cerro Reyes, equipo extremeño que cierra la clasificación del Grupo I de Segunda B, jugó ayer con juveniles. Empató en casa ante el Vecindario (0-0), aunque perderá el partido en los despachos. Había convocada huelga en el primer equipo y la amenaza se cumplió. Al menos, le queda el triste consuelo de que no ha protagonizado una incomparecencia física, aunque sí legal.
El Cerro Reyes es uno más en la nómina de 80 equipos de la categoría, pero para los aficionados riojanos es conocido porque protagonizó el lucha por el ascenso con el Varea en el verano del año 2009. Venció el cuadro arlequinado y surgió la UD Logroñés. El Cerro era un equipo ‘rico’ en Tercera División. De hecho, ascendió esa misma campaña en su segundo intento. Un equipo al que se alababa y del que se destacaba su potencial económico.
Sus jugadores están en huelga. Se supone que porque no cobran. El Vecindario ganará por 0-3 en los despachos por alineación indebida de los pacenses. Esa es la realidad. Y como este equipo, otros muchos. En León, la afición se ha echado a la calle para pedir la salvación de un equipo, la Cultural, que gastó mucho dinero no hace muchos años y que ahora se deja querer por capital árabe para salir a flote. Y la nómina es muy amplia. No hace no muchas semanas, este mismo año, los jugadores del Jaén se ponían de rodillas sobre el césped para pedir que se les pagase.
Y mientras ésto siga así, la categoría será un pozo que han creado los clubes, sus dirigentes, con el beneplácito de la Federación Española. Sólo se puede acabar con tanto impago si se solicita alos clubes que avalen sus presupuestos, que garanticen los pagos porque, además, se desvirtúa la competición. Hay equipos que ofrecen mucho dinero a los jugadores y luego no pagan; otros ofrecen menos, pero pagan religiosamente, aunque no pueden llegar a esos fútbolistas que se dejan querer por grandes cifras. Jugadores culpables también a los que la ambición no les dejar ver la realidad. Ahora bien, será necesario que descienda o desaparezca alguna entidad más para echarnos las manos a la cabeza.