Me aburrí. Y mucho. Se me hizo eterno hasta el descanso. Que lo fue. Me aburrí antes de cabrearme. Porque lo de ayer es para irse enfadado del campo. ¿Con el árbitro? Menos. Pero él no fue el culpable del lamentable empate que cosechó la UD Logroñés ante el Lemona. Los culpables hay que buscarlos entre los que vestían de rojo y blanco y que hicieron gala de uno de los más viejos tópicos del fútbol: querer y poder.
Regresaban los riojanos a Las Gaunas después de cuatro partidos lejos de su feudo. Habían perdido en Bilbao y empatado en Eibar, en Liga; y habían ganado sus dos encuentros de Copa, Palencia y Noja. Había expectación porque el aficionado tenía el poso del triunfo sobre el Sestao. Poso que igual es un espejismo. Él único tiempo para el comentario optimista lo firmó Diego Cervero con su magnífico gol (tosco y malo para muchos, sigue marcando y no de penalti. Algo tendrá), pero apenas se pudieron intercambiar una frases eufóricas. El tedio regreso.
Al mal fútbol hay que sumar la actitud. Pasiva e indolente. Veo a jugadores que no asumen la responsabilidad que les corresponde en la creación. En el origen y en la transición. Sin balón y sin bandas eres uno más del montón. Esconderse no es bueno. Nada bueno. Y en este once alguno se tapa en exceso bajo la sombra de la cubierta. Cuando puedes sentenciar a tu rival hay que querer ganar el partido. No se puede esperar a verte entre la espada y la pared para sacar algo de casta. Tampoco mucha. El Lemona no era nada del otro mundo. Dos toques y un cambio de ritmo para romper su orden (Iñaki, por ejemplo).
El árbitro no fue determinante ayer. No hay que engañarse. En el gol del Lemona falla la marca. Luego Castilla agrava la situación con un error infantil. No mide su salida y despeja el balón con las manos fuera del área. Tampoco midió en la primera mitad a saque de córner y sus compañeros despejaron el balón con él ya batido. Es decir, no es el primer error. Y al portero siempre se le ve más el fallo.