Nacho Martín ha sido cocinero antes que fraile y sabe perfectamente lo que pasa en la cocina. De hecho, él ha puesto orden en la cocina blanquirroja y bien que lo agradece el equipo con una trayectoria, desde su llegada, casi inmaculada. Casi. Eso sí, excelente. Sabe que lo importante era ganar al Barakaldo, porque era un partido de riesgo, no por el potencial del rival, sino por su propio equipo. El enemigo estaba en casa.
No le falta razón para afirmar que sus hombres cumplieron. Se les exigía la victoria y la consiguieron, pero él sabe que en Palencia el adversario será mucho más exigente. No sé que tiene este conjunto, la UD Logroñés, que sestea y duda ante rivales inferiores en la clasificación, pero que se crece ante los grandes de la tabla. Reo de derrotas ante conjuntos como Caudal, Peña Sport o Guijuelo, por citar algunos, ha cobrado víctimas del calibre del Eibar, Real Unión, Real Sociedad, Mirandés o el propio Palencia. Precisamente, el espíritu que le llevó a ganar a los palentinos en Las Gaunas es lo que necesita este conjunto para repetir la gesta. Supondría dar un golpe casi decisivo a la Liga, pero esa anhelada autoridad se tambalea porque no depende de sí, sino que para su desgracia debe esperar el fallo de otros (Real Unión o Alavés).
Ahora bien, el resultado no debe esconder el juego del equipo. Fue superior en la primera mitad, creó ocasiones para golear, pero no lo hizo. Y luego bajó peligrosamente su rendimiento. Un equipo marca la diferencia cuando es capaz de responder en los momentos adecuados, en los que hay algo en juego. Ayer lo hizo, pero sin jugar bien, lo que también es un mérito. En Palencia, sin embargo, se necesita algo más que la autosuficiencia que mostró ayer, la peligrosidad de caer en el agasajo de la confianza. Martín lo sabe. Y sus jugadores también, aunque ayer no diera esa impresión. Es importante ganar, fundamental. Nadie lo duda. Ni siquiera la afición, que debe protestar cuando lo creo oportuno, pero ahora es momento de apoyar.