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La plazuela perdida

Mi tío Genaro y la bolsa

A mi tío Genaro le gusta jugar a la bolsa y rellenar primitivas. Antes se jugaba el dinero en el frontón, pero le molestaba ese carácter vicioso que desprendía el apostante en la pelota; y también le molestaba el porcentaje que se quedaba el corredor. Ahora, en la bolsa, el porcentaje se lo queda el banco, que es una cosa mucho más respetable, aunque no se sepa bien por qué, y además puede utilizar la palabra «invertir», que le da, dice él, sensación de capitalista. «Invertir en bolsa», ¿ahí es nada!
A la hora de hacer sus apuestas -la bolsa viene a ser como una ruleta con pedigrí- se guiaba por la prensa salmón y su cohorte de expertos en mercados y divisas, pero pocas veces entendía sus indicaciones y eso le deprimía. Leía con tristeza las palabras del experto, hablando de las acciones de una empresa señera que cotizaban a 14 euros: «Si consigue pasar la barrera de los 14,5 puede llegar a 15, pero ¿ojo!, porque si baja de 13,5 podría acabar en 13». Maravillosa observación para un filósofo diletante, pero a mi tío le deprimía la ausencia de información en la frase. Lo mismo le ocurría cuando leía las recomendaciones de los distintos expertos de sociedades inversoras y chiringuitos financieros: lo que uno recomendaba comprar, el otro incitaba a vender y viceversa.
Al ver su continua mala cara -no he dicho que mi tío sufre de hipocondría y le afectan mucho las desazones- como yo tengo cariño a mi tío Genaro, le dije: «¿Por qué no te olvidas de los expertos y le haces las preguntas a mi perro?». Y eso le ilusionó, porque daba, según él, un carácter azaroso a la inversión, que es lo que siempre le había gustado. Así que decía el nombre de una empresa, en voz muy alta, después de poner al perro a dos patas, y, si éste daba un ladrido, era señal de comprar, si daba dos, de vender, y, si daba más de 2 o no daba ninguno, de mantener la inversión.
Al cabo de un tiempo lo encontré contento y animado; le pregunté por sus inversiones y por el resultado práctico del sistema canino que utilizaba, pero me contestó con evasivas, con circunloquios y con respuestas dudosas, como las que él recibía de la prensa salmón. Así que no sé qué tal resultado le dio. Supongo que no debió de ser malo porque mi tío Genaro ha dejado de rellenar primitivas y, para hacer inversiones, sigue preguntando a mi perro.

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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febrero 2005
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