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Los 'pagapisos'

Hace algún tiempo, un amigo me comentó, o tal vez leyó del diario, las quejas de un cincuentón, que se designaba a sí mismo como ‘el pagapisos’. Decía el buen hombre: «Cuando empecé a trabajar ayudé a mi padre a pagar su piso, luego tuve que pagar el mío y, ahora que podría vivir bien, tengo que ayudar a pagar los pisos de mis hijos». Sin entrar a comentar la desvergüenza nacional que supone el precio de la vivienda ni cómo se justifica y se consiente que la avaricia de unos pocos hipoteque la vida de la mayoría -nunca, por cierto, estará mejor usada la palabra hipotecar- sí voy a hacer una reflexión sobre la generación que mi amigo llama ‘los pagapisos’.
No se entendería la actitud de bueno, tirando a tonto, de este tipo generacional, si no analizamos su infancia. La infancia de los niños nacidos hacia la mitad del siglo XX estuvo caracterizada por la obediencia y la resignación. Había que obedecer a los padres, a los maestros, al cura y, como decían los libros de urbanidad y puede que, incluso, el catecismo, «a todos los mayores en edad, dignidad y gobierno»; y el incumplimiento de esta norma llevaba aparejado su castigo: el golpe con la regla en los dedos, si la falta era en la escuela, arrodillarse con los brazos en cruz, si el fallo era en la iglesia, el sarmientazo en las pantorrillas, si la desobediencia era a la madre o a la abuela, y, el más temido, la recriminación paterna cuando el padre tomaba cartas en el asunto por cualquiera de los fallos anteriores -era impensable una desobediencia directa a una orden del padre.
Con dicha iniciación, no es de extrañar que esta generación, crecida en la obediencia, la resignación y el palo, haya aceptado con naturalidad su misión de ‘pagapisos’, pues ha sido una generación marcada por las dictaduras: la dictadura de Franco en lo político, la dictadura de la Iglesia en las costumbres, la dictadura de los profesores en el aprendizaje, la dictadura de los padres en la juventud y la infancia y, la peor de todas, la dictadura de los hijos, en la madurez, aunque esta dictadura de los hijos bien merecería columna aparte. Una generación acostumbrada a contentar a todo el mundo y a pagar por todos y por todo, ¿cómo no va a pagar los pisos de los hijos! Y, si se descuida, acabará pagando los pisos de los nietos. Ahora, eso sí, esta generación se ha ganado con creces la vida eterna, a pesar de haber pecado un montón, porque, lo que se dice pecar, ha pecado mucho, ha pecado con insistencia, ha pecado con avaricia, ha pecado todo lo que se puede pecar… pero de tonta.

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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abril 2005
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