Me comentaba, un amigo cazador, que este año no se veían pollos de codorniz, sólo ejemplares adultos, y pocos. Echaba la culpa a los modernos sistemas de recogida de paja y, en especial, a los que él llamaba “el rastrillo exterminador”, un sistema de rastrillos que amontona la paja antes de pasar la máquina enfardadora y que rasca la tierra y todo lo que hay en ella: nidos, crías de pájaros, murgaños, huevos de aguilucho cenizo, etc.
Siempre me ha llamado la atención, y me parece bien, el riguroso control que la Administración ejerce en los cotos de caza: les obliga a elaborar un plan de caza, a dejar una reserva de caza con un porcentaje del territorio del coto, a tener un guarda e, incluso, envía una bióloga que examina el coto y, según las existencias de animales, concede el número de días para cazar. Sin duda es un plan perfecto para salvaguardar el número conveniente de animales, por lo que yo felicito por ello a la Consejería correspondiente. Lo que ya no me parece bien es la condescendencia que tiene cuando el peligro de supervivencia de los animales lo origina la agricultura.
Entiendo que se mueran animales por los venenos, o que se contamine el agua por nitratos -no queda un solo manantial potable en los valles- y no por ello van a dejar de echarse a las fincas, aunque no estaría de más un cierto control, pues se abusa mucho y no siempre es necesario. Entiendo menos que, por regar, se seque una noche un río como el Tirón -de esto hace ya unos diez años- y se mueran peces y demás especies; por cierto, ¿no es demasiado tiempo 30 años para encontrar una solución al problema del cangrejo autóctono?
Lo que no puedo entender es el problema del rastrillo exterminador, pues bastaría con retrasar un mes la recogida de la paja y se salvarían multitud de animales. Yo invito a los responsables del medio natural a que observen la velocidad con que circula ese rastrillo con su enfardadora y entenderán por qué no se ven pollos de codorniz: están enfardados.