Ahora, que el estatuto catalán y los nacionalismos son temas de actualidad, viene a mi memoria un recuerdo de juventud: a finales de los 70 solía ir, en Madrid, al fútbol, cuando jugaba el Athletic de Bilbao, y me sorprendía que tuviera casi tantos partidarios como el Real Madrid, hecho que sucedía en todos los campos de España, pues era el equipo más querido del país. Ahora, seguramente, es el menos querido. Esto no tendría mayor importancia si se limitase al fútbol, pero creo que puede aplicarse, por desgracia, también a la sociedad: los vascos, como grupo social, han pasado, en 25 años, de ser los más admirados y respetados, en toda España, a ser los menos. Y esto está en el debe, no sé si para algunos estará en el haber, del nacionalismo. Hay indicios de que algo parecido empieza a ocurrir con el pueblo catalán.
El fondo de la cuestión es triste y simple: como el nacionalismo es una ideología hueca, sólo tiene sentido como enfrentamiento al poder central, el famoso ‘Madrid’, y este enfrentamiento constante, de peticiones sucesivamente mayores, hasta hacerlas descabelladas, acaba incidiendo en los ciudadanos del resto de España, que llegan a hartarse de dichos nacionalismos. Y es que muchos nacionalistas, a fuerza de insistir, han acabado creyéndose sus propias proclamas, y esto es lo peor que puede pasarle a un pueblo, como, por ejemplo, que se crea la peregrina idea de que la mitad de España vive a su costa.
Cuando los dirigentes políticos entran en la dinámica de «todo vale para conseguir los fines», suelen llevar a sus pueblos al desastre y, sobre todo, se granjean la enemistad del resto del país, y esto, a pesar de lo que muchos crean, no es gratis, como bien se pudo comprobar con la salida de pata de banco de aquel político, es un decir, que arremetió contra el vino de Rioja y casi hunde al cava catalán. No es preciso recordar, por ejemplo, los miles de millones, que ingresan las haciendas nacionalistas, por la radicación de empresas de mayoría accionarial «española» en su territorio y que, si la ciudadanía se enfadara, bien pudieran cambiar de domicilio.
Los «españoles» son gente tranquila, poco dada a molestarse por naderías -país, región, nación, ¿qué más da!- pero les irrita que aquellos que disfrutan de mejores hospitales, infraestructuras, etc, o sea los que reciben más dinero, quieran todavía más, a costa de los que tienen menos; y este vicio de pedir sin medida puede resultar económicamente peligroso para los nacionalistas. Yo, en su caso, no seguiría tocando las narices al resto de España.