ACABAN de aparecer en prensa dos casos de investigaciones médicas
fraudulentas que me han hecho reflexionar sobre el asunto. También he
leído el caso de un doctor austriaco, que llegó a una pequeña villa, y
el médico saliente le alertó sobre la coincidencia de que en aquel
lugar no enfermaba nadie, por lo que no iba a tener apenas trabajo. El
buen doctor decidió que necesitaba poner en práctica sus conocimientos,
así que organizó una campaña entre los ciudadanos para convencerles de
que alguna enfermedad habían de tener; lo consiguió y acabó teniendo
una numerosa clientela. No sé si el tal doctor hubiera convencido a mi
abuelo, quien pensaba que no se debía acudir al médico si no se
encontraba uno enfermo, y no lo convencimos hasta que su «tensión»
marcó la asombrosa cifra de 27.
De un tiempo a esta parte, se aconseja a los ciudadanos someterse a
análisis periódicos para prevenir enfermedades, pero, si siguiesen esos
buenos consejos, habrían de acudir regularmente a los especialistas en:
vista, oído y garganta, pulmón y corazón, hígado, estómago y colon,
próstata o pechos y útero -según el sexo-, piel, huesos, salud mental ,
con sus correspondientes análisis clínicos, radiológicos, marcadores,
etc., lo cual resultaría imposible por falta de tiempo y de médicos
para todos. No hace mucho se consideraba una buena presión arterial la
situada por debajo de 16 -se decía que lo normal era tener 14 a los 40,
15 a los 50, 16 a los 60 -; ahora parece que todos hemos de estar por
debajo de 14. Y también he leído que estas dos unidades de descenso han
hecho ganar fortunas a las multinacionales farmacéuticas, las mismas
que sufragan muchos congresos e investigaciones médicas.
Parece, por lo que se escribe en prensa -yo tengo la extraña costumbre
de leer- que se está considerando, en ciertos círculos de expertos,
revisar a la baja la tasa de algunas señales de las que analizamos en
nuestro organismo -no sé si se referían al colesterol, la glucosa, el
ácido úrico, o varias a la vez- y no dudo de que será para beneficio de
nuestra salud, aunque, además, estas decisiones engorden la cuenta de
resultados de las multinacionales farmacéuticas que sufragan tantas
investigaciones y congresos. De lo que no tengo ninguna duda es de que
acabaremos en un mundo lleno de enfermos, consumidores de fármacos,
pero, eso sí, enfermos muy, muy, muy sanos. ¿Ah!, y creo que ahora no
intentaría, tanto como entonces, convencer a mi abuelo.