Pocos dudan de que Dios es necesario para la mayoría de los hombres y, si no existieran las religiones, habría que inventarlas, aunque sólo fuera por el consuelo que aportan al desvalido ser humano, incapaz de asumir su efímero paso por el mundo; otra cosa muy distinta es deducir de esto la existencia de Dios, pues no todo lo que es de imperiosa necesidad ha de existir, como la vida nos enseña trágicamente. Tampoco importa demasiado, aunque pueda parecer un contrasentido, si Dios existe o no, para que uno mantenga sus tradiciones religiosas o, incluso, sus creencias.
Las religiones, además de impartir mucha doctrina contraria, entre unas y otras, no suelen ser inmutables a lo largo del tiempo, a pesar de que les cuesta asumirlo, y lo que es verdad de fe, en un momento de su historia, deja de serlo en otro, lo cual puede parecer a muchos señal de falsedad, no a mí, que me parece asunto poco trascendente. El problema de las religiones llega cuando sus seguidores creen ciegamente que la suya es la única verdadera, asunto sin mucha lógica, porque entre los cientos, o quizás miles, de religiones que hay en el mundo, ¿por qué va a ser, precisamente la que a uno le han enseñado, la verdadera?
Y es que estar convencido de que tu religión es la verdadera obliga a mucho, porque si la doctrina emana directamente de Dios, aunque nadie tenga prueba de su existencia, lo que Él dice ha de estar por encima de todo: leyes civiles, constituciones, derechos humanos, e, incluso, de la sagrada vida humana, porque, no lo olvidemos, la mayoría de las principales religiones, en algún momento de su historia, han ordenado matar al no creyente; es decir obliga a aceptar la dictadura teocrática, y esto es un mal asunto para la sociedad.
Algunas religiones han aceptado -a la fuerza ahorcan y los siglos imponen su lógica aplastante- la supremacía de las leyes civiles sobre las verdades religiosas, pero otras no, y siguen con sus sangrientas cruzadas contra el infiel, y también con otras cruzadas, no tan sangrientas, de penetración paulatina de sus ideas -algunas inconstitucionales y atentatorias contra la libertad- intentando que sean admitidas en una sociedad, que no es la suya original, normas extrañas, cuando no detestables: comida especial en hospitales, atención sólo por facultativos femeninos a las mujeres, infibulación, poligamia, educación sexista, etc., etc. De estas ideas es necesario defenderse, no sé muy bien cómo, pero quizás no fuera descabellado aplicar, en pequeñas dosis y sensatamente, el principio de reciprocidad, porque las religiones están muy bien, siempre que no se consideren las únicas verdaderas y quieran imponerse a toda costa.