El fútbol es muy instructivo -iba a decir educativo, pero no, educativo no es, instructivo sí- y en él se aprenden muchas cosas, sobre todo se aprenden las cosas que no se deben hacer. Si miramos a la grada, vemos insultos y peleas, banderas anticonstitucionales, pancartas ofensivas Si miramos a los jugadores, y fuéramos al campo por primera vez, pensaríamos que el juego consiste en darse mutuamente patadas y empujones, con disculpa de perseguir a la pelota; si les escuchamos hablar -argentinos al margen- es un concurso de tópicos; ¿se imaginan a un abogado diciendo, cuando se dirige a un juicio «Voy a dar todo lo que llevo dentro», o a un cirujano, después de una operación fallida, lamentarse con la frase «Hemos merecido extirpar bien la vesícula, pero la cirugía es así». De los que más se aprende es de los entrenadores, de quienes, sin entrar en sintaxis, pues de eso se podría escribir un libro, se conocen frases como «Puede pasar la pelota, pero nunca el jugador», «Entrad fuerte, que el fútbol es para hombres», y ponen en práctica tácticas elevadas, como esa tan frecuente -el pasado domingo fue aplicada con precisión al tobillo de Guti, jugador del Real Madrid- consistente en frenar a base de patadas al organizador del juego del equipo contrario. De algunos árbitros también se aprende a romper la ética de la bondad -aunque hace tiempo que está en desuso- esa que dice que el bueno tiene premio y que el criminal nunca gana, pues observan con placidez a los jugadores que ponen morados a golpes al contrario, y es a este sufridor al que acaban expulsando por protestar; incluso ciertos árbitros hacen añicos la Ley de Azar, que dice «La frecuencia de un suceso, en un experimento aleatorio, tiende a estabilizarse», ya que sus errores suelen favorecer, casi siempre, al que es más que un club. En política, a menudo, ocurre igual. Es curioso, pero en política y en fútbol hay bastantes similitudes, sobre todo en eso de frenar con malas artes al contrario e intentar engañar al árbitro; con la consideración de que, en política, el árbitro es el elector y, a veces, no sabe quien le está engañando, pues todos le dicen que es el otro el que le engaña. En fin, ya digo: como en el fútbol; claro que en política tampoco importa demasiado que los árbitros se equivoquen -siempre se ha dicho que son los únicos que no se equivocan- es más, nunca se sabe si se equivocan. Lo lamentable es que se equivoquen en el fútbol, sobre todo si lo hacen en contra de nuestros colores.