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La plazuela perdida

Son sólo elecciones

Si hay algo que trastoca las relaciones sociales y las envuelve con un velo de desconfianza, es la política. Una actividad, la política, nacida para conducir las relaciones entre los hombres y los pueblos y para dirigir las legítimas aspiraciones de los ciudadanos, tiene una componente, de difícil explicación, capaz de pervertir dichas relaciones, afectando, incluso, a vínculos familiares y amistades.

Quizás sean residuos de épocas pasadas, herencias, casi genéticas, incardinadas en unos tiempos en que la lucha por el modelo de estado era a vida o muerte, precursora de revoluciones y guerras civiles, y donde no había lugar para la compasión; o puede que sean redivivas de otros tiempos, no tan trágicos, pero difíciles, en los que la esperanza, de prosperidad y de unas condiciones mínimas de vida, estaba puesta en un cambio de gobierno, aunque no parecen muy razonables, aquí y ahora, estas explicaciones.

Podría entenderse, si estos recelos, desconfianzas y, a veces, malas maneras, inducidos por la política, se limitaran a políticos en activo, a quienes la diaria lucha partidista o electoral puede acabar transformando en parte interesada en dividir a los ciudadanos en amigos y enemigos, en buenos y malos, en nosotros y en ellos, pero lo chocante es que estas banderías acaban alcanzando a buena parte de la ciudadanía y, en estos períodos electorales en que hay que renovar ayuntamientos por toda la geografía española, surgen recelos, sospechas y miradas aviesas entre amigos, vecinos y familiares, por la única y estúpida razón de presentarse o apoyar en las elecciones a partidos diferentes.

Poco ayuda, desde luego, la militancia de base de los partidos, casi siempre escasa de espíritu crítico, hacia las ideas propias de su facción, y embarcada en una dinámica de confrontación, empeñada en ridiculizar y hacer ver la inferioridad ética, moral y personal de los seguidores del «otro», sin caer en la cuenta de que, en realidad, son ellos quienes se ponen en evidencia.

No vendría mal un poco de mesura y sensatez en la campaña electoral, para que el hecho de ser candidato, en las elecciones de la próxima semana, sólo suponga para los electores lo que siempre debe suponer: una persona que intenta trabajar por el bien de sus conciudadanos. Y que el elegido, de verdad, lo haga. En el fondo, sólo son elecciones.

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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mayo 2007
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