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La plazuela perdida

La declaración de la renta

Me considero una persona bastante normal, de inteligencia razonable, menor de la que me gustaría tener, y, aunque de carácter ligeramente ciclotímico, suelo mantener la autoestima en niveles aceptables, para seguir navegando por el proceloso mar de la vida; hasta que llega el momento de presentar la declaración de la renta.

Me reconozco un poco excéntrico, en esa manía de pretender hacer personalmente mi declaración, sin acudir a un profesional, como es recomendable, pero es ya una cuestión de amor propio. Sé que pierdo tiempo y dinero -en alguna ocasión, la propia Agencia Tributaria me ha alertado de lo mal que defiendo mis intereses, lo cual es de agradecer- pero ya digo que me lo tomo como un reto personal. He de confesar, aunque suene a vanidoso, que los números no suelen ser problema para mí -en mi currículo universitario figura la licenciatura en Matemáticas- y tampoco los asuntos de economía, materia que he estudiado en una diplomatura, pero reconozco que los impresos de la declaración de la renta, con su voluminosa guía, devuelven a su lugar correcto cualquier acceso de vanidad intelectual.

Todo parecía solucionado con la llegada del borrador, bastaba con comprobarlo y aceptarlo y se acababan los problemas, pero uno no contaba con aquellas pocas acciones vendidas, heredadas del abuelo, que impiden ejecutar el borrador y obligan a rellenar la declaración ordinaria y a leerse la guía. ¿Han intentado ustedes leerse la guía de la declaración? ¿Les parece normal ese volumen enorme, de letra imposible, como un libro de texto gordo y aburrido? Si no lo han hecho nunca, mejor que no lo intenten, su familia se lo agradecerá.

Yo me pregunto si es tan difícil crear un modelo de declaración, en el que los espacios a rellenar sean habas contadas y no haya que volverse loco buscando casillas. Lo malo del modelo actual es que, si uno aborda la difícil tarea de cumplimentarlo, le queda la sensación de que, en sus recovecos, cabe suficiente ingeniería financiera y tributaria para salir bien librado del lance, o sea, para que me entiendan, da la sensación de que pagan los de siempre: los de la nómina, los plazos fijos y los fondos de cuatro duros; los otros, también los de siempre, se intuye que sabrán acogerse a complicadas deducciones en esos extraños apartados que no hay quien entienda.

Un consejo: no intenten rellenar la declaración, vayan a un profesional. Ganarán tiempo, dinero y mucha autoestima. Y no mirarán con inquina al ministro de Economía y Hacienda cuando salga en televisión.

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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