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La plazuela perdida

ELOGIO DEL HOMBRE TRANQUILO

Esto debe ser: me estoy volviendo viejo. Dicen que uno de los primeros síntomas de vejez es no estar de acuerdo con los nuevos tiempos –los tiempos presentes siempre son nuevos- y a mí, la verdad, alguno de los símbolos de estos nuevos tiempos, que nos ha tocado vivir, no me entusiasman.

El otro día, hablando con unos amigos, alguien comentaba la gran suerte de Fermín, porque su hijo había encontrado trabajo en Washington, distrito federal: “Trabaja mucho, pero gana bien y, sobre todo, ¡qué suerte!, ¡vivir en los Estados Unidos!”. Pues yo, qué quieren que les diga, no veo la suerte de Fermín por ninguna parte, a no ser que mi amigo quisiera perder de vista, de una vez, a su hijo, que todo puede ser posible en estos tiempos de treintañeros viviendo con papá y de papá, pero a mí no me hagan mucho caso, ya les digo que me debo estar volviendo viejo.

Con los viajes me pasa lo mismo, que no voy de acuerdo con la opinión general, o sea con los tiempos. Si por algo se caracteriza este siglo veintiuno, y las dos últimas décadas del siglo pasado, es por la pasión viajera de aquel que puede permitírselo, esos maravillosos viajes a países exóticos, a ciudades de moda, a estaciones invernales, a playas paradisíacas, a …, lugares cercanos o lejanos, según las posibilidades de cada cual, o las ganas de endeudarse, y que, supuestamente, hacen morir de envidia al prójimo, pues ya digo que EL VIAJE se ha convertido en objeto del deseo de cualquiera que quiera sentirse instalado en la modernidad. Yo, sin embargo, cuando pienso en un viaje, comienzo recordando los overbooking que pueden dejarte tirado en el aeropuerto, los mil inconvenientes de esos lugares exóticos, las colas, el agobio y el frío de las estaciones invernales, el calor y similar agobio de las playas, no tan paradisíacas, y los enormes atascos de las ciudades de moda; y si, al final, salgo de viaje, además de no sorprenderme ni emocionarme nada, pues todo resulta como esperaba y conocía, me lo paso recordando lo bien que estaría plantando lechugas y cebollas en la huerta, leyendo tranquilamente en casa, o merendando en la bodega con los amigos.

Reconozco que soy raro, me conformo con la placidez y tranquilidad de mi pueblo riojano y, a ser posible, con tener cerca a los que me quieren; y tengo la sensación de que buena parte de quienes se embarcan en aventuras viajeras están huyendo de algo, pero, insisto, no me hagan mucho caso porque debe de ser que me estoy haciendo viejo, y los viejos, ya se sabe, nunca han entendido la modernidad.

“ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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