( A Julio Chavarri, in memoriam)
Ya decía lord Chesterfield: “La costumbre ha hecho del baile una necesidad…” y debe de ser cierto, a tenor de la importancia histórica del baile en las relaciones humanas y en la felicidad de las gentes.
Hay bailes de moda, cambiantes con los tiempos, pero hay otros que acaban en tradición y son tomados por los pueblos como símbolo característico; no voy a referirme a los bailes que caracterizan a una región o un país, como pueden ser el flamenco o la jota, sino a esos otros bailes, muy parecidos entre sí, pero distintos en cada localidad, que acaban siendo seña de identidad de dichos lugares. Estoy hablando de las danzas y de los danzadores.
Si hay una región donde los danzadores aparecen ineludiblemente en fiestas y romerías, es la comunidad riojana. Alguna danza es muy conocida y aparece, sistemáticamente, en los medios visuales, como la de Anguiano, con los danzadores lanzándose por la cuesta con sus zancos, pero en cualquier villa riojana puede uno encontrar danzadores en las fiestas patronales. En unos lugares danzan niños, en otros –los más- lo hacen adolescentes, y, en ciertos sitios, personas sin distinción de edad. Llamó mi atención, por insólita y hermosa, la costumbre de Treviana –no sé si seguirá viva, yo la vi en mi juventud- donde, en la procesión a la ermita, los acompañantes, de cualquier edad, se quitaban la chaqueta, se colocaban detrás de los danzadores y danzaban un rato.
Si bien “
En mi adolescencia, yo fui danzador, en mi villa riojana de Leiva, y tuve por cachiburrio a Julito; cumplía todas las condiciones de un buen cachiburrio, especialmente la de ser buena persona. Era asiduo lector de las columnas de nuestro diario
“ALONSO CHÁVARRI”