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La plazuela perdida

IDEÓLOGOS Y CARNE DE CAÑÓN

Confieso que hay pocas cosas en la vida capaces de sorprenderme, de entre las que acostumbramos a hacer los humanos, reyes del universo en hacer cosas disparatadas, pero algunas lo consiguen. Entiendo las actitudes histriónicas, las poses concentradas de perpetua adolescencia, de quien aborda su existencia como un pedestal, desde el que mostrarse al mundo, al fin y al cabo todos tenemos derecho a esos diez minutos de gloria, y algunos parecen dedicar su vida a encontrarlos. Hay quien es feliz cantando al prójimo, la mayoría sin ninguna conciencia de sus limitaciones; otros, los más, apareciendo en televisión, ya sea haciendo el ridículo en un concurso de conocimientos, bien contando chistes disparatados o divulgando intimidades propias o ajenas; y también hay un sector que, simplemente, busca auditorio, espectadores improvisados para su espectáculo, a los que aborda en un bar, en la fila de la compra o a la salida de misa mayor, y a los que intenta colocar su mercancía: unos pasos de baile, un poema maldito, su habilidad para seguir un ritmo con el ruido de su sobaco… Ya digo que todo esto lo entiendo. En el fondo, hacen lo mismo que quienes escribimos una obra de teatro o una novela, aunque, a veces, consigamos hacerlo mejor.

Hay otras cosas que me cuesta más comprender de la naturaleza humana, algunas reconozco que no dejan de sorprenderme, como que haya personas capaces de sacrificar su vida, y a veces la de otros, por una idea. Al margen de indemostrables, lo único que el hombre posee, de cierto valor, es su propia vida, y por poco tiempo, así que parece razonable intentar pasarla con la mayor felicidad posible –cómo conseguir la felicidad es otra historia, que daría para un libro y en la que no todo el mundo está de acuerdo- por eso me sorprende que haya personas capaces de sacrificar su felicidad por una idea, que, para más INRI, suele ser imaginaria; y me aterra que sean capaces, por esa idea, de sacrificar la felicidad de los demás, incluso la de sus propios hijos y familiares. Claro que estos sacrificados nunca son los inventores de la idea, los creadores de patrias imaginarias –las patrias siempre son imaginarias- los tergiversadores de la historia…los ideólogos; estos últimos quedan para beneficiarse de su invento, y ya sabemos que, en su diccionario, no existe la palabra sacrificio. Para eso están los otros, los fácilmente manipulables, el rebaño engañado e inculto…la carne de cañón.

“ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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agosto 2008
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