Érase una vez un gran equipo de fútbol que reinaba en
Los dirigentes del equipo blanco, haciendo gala del tradicional señorío de la institución, callaron, aceptaron los habituales tópicos: “los árbitros nunca dan ni quitan nada”, “al final, los errores se compensan”, “los equipos grandes no pueden echar la culpa al árbitro”, etc., etc. Y aquel dislate arbitral siguió creciendo.
Un buen día, un experto en estadística habló con el presidente blanco y razonó así: “Los árbitros pueden equivocarse una vez, dos veces, tres o cuatro, pero, cuando se han equivocado más de 20 veces, en contra del equipo blanco, es imposible que sea casualidad”. Aquel presidente intentó, de buenas maneras, que los dirigentes federativos y arbitrales rectificasen la direccionalidad aparente de los árbitros, sin conseguirlo, así que tomó una decisión definitiva: escribir a los Reyes Magos. Cuando la carta llegó a Oriente, los Magos leyeron la extraña petición del presidente blanco: “Que los árbitros actúen con justicia”. Fue Baltasar el que sonrió y dijo: “Nosotros hacemos regalos, pero los milagros son cosa del jefe”.
Dicen que, desde aquel día, los Magos no se pierden un partido del equipo blanco y, cada vez que los árbitros se equivocan en su contra, comentan: “ya han expulsado a otro blanco”, “y quería que el arbitraje fuera justo”, “¡a ver qué es lo próximo que hace el árbitro, para que no ganen los blancos!”, “por algo los árbitros van de negro, como el carbón”,… y se parten de la risa. Sobre todo el negro.
“FELIZ NAVIDAD”
“ALONSO CHÁVARRI”