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LOS ÁRBITROS, EL EQUIPO BLANCO Y LOS REYES MAGOS

Érase una vez un gran equipo de fútbol que reinaba en la Liga y en la Champions: el equipo blanco. Sus seguidores, que eran mayoría en el país del cuento, se las prometían felices con los previsibles triunfos de su victorioso equipo, pero un hecho perturbó aquella felicidad: la federación, que organizaba el campeonato, hubo de convocar elecciones a la presidencia. Los equipos de fútbol hicieron un pacto para no votar al presidente de la federación y promover un cambio, pero el gran rival del equipo blanco no respetó el pacto y, junto con los árbitros, consiguió que nada cambiase. Desde aquel día, todo se complicó para el equipo blanco: algunos árbitros pitaban penaltis en su contra y expulsaban a sus jugadores con gran facilidad, hacían la vista gorda con las faltas de los rivales y, aunque la prensa resaltaba estos graves errores arbitrales, los jueces, en vez de ser castigados por sus jefes, eran premiados con internacionalidades o con arbitrar grandes partidos; así, todos los árbitros pudieron darse cuenta de que, en caso de duda, si querían hacer carrera en el arbitraje, habían de pitar en cierta dirección.

Los dirigentes del equipo blanco, haciendo gala del tradicional señorío de la institución, callaron, aceptaron los habituales tópicos: “los árbitros nunca dan ni quitan nada”, “al final, los errores se compensan”, “los equipos grandes no pueden echar la culpa al árbitro”, etc., etc. Y aquel dislate arbitral siguió creciendo.

Un buen día, un experto en estadística habló con el presidente blanco y razonó así: “Los árbitros pueden equivocarse una vez, dos veces, tres o cuatro, pero, cuando se han equivocado más de 20 veces, en contra del equipo blanco, es imposible que sea casualidad”. Aquel presidente intentó, de buenas maneras, que los dirigentes federativos y arbitrales rectificasen la direccionalidad aparente de los árbitros, sin conseguirlo, así que tomó una decisión definitiva: escribir a los Reyes Magos. Cuando la carta llegó a Oriente, los Magos leyeron la extraña petición del presidente blanco: “Que los árbitros actúen con justicia”. Fue Baltasar el que sonrió y dijo: “Nosotros hacemos regalos, pero los milagros son cosa del jefe”.

Dicen que, desde aquel día, los Magos no se pierden un partido del equipo blanco y, cada vez que los árbitros se equivocan en su contra, comentan: “ya han expulsado a otro blanco”, “y quería que el arbitraje fuera justo”, “¡a ver qué es lo próximo que hace el árbitro, para que no ganen los blancos!”, “por algo los árbitros van de negro, como el carbón”,… y se parten de la risa. Sobre todo el negro.

“FELIZ NAVIDAD”

“ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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