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La plazuela perdida

OLAS DE FRÍO Y NAVIDAD

La reciente ola de frío, además de poner en solfa la teoría del cambio climático y del calentamiento global –de la que no debo hablar, pues, como la inmensa mayoría, no tengo ninguna base para sustentar mi opinión y lo que haría es dar opiniones ajenas, de intereses desconocidos-, me permite reflexionar sobre otras olas, sin meteoros, que también pueden dejar frío.

Me ha dejado frío el caso de uno de estos muchachos conflictivos que ahora abundan –tal vez hayan abundado siempre, pero no tenían tanto protagonismo social-, quien siempre llegaba puntual a clase, por el empeño de su madre en que lo hiciera; hasta que a la madre se le fue la mano –ahora pegar a un hijo es asunto grave- y el chico, tras la denuncia, acabó en un piso de acogida. Desde entonces, no hay manera de que llegue a tiempo a clase, tal vez no se pueda obligar a un muchacho a madrugar, por no ser educativo; y, según me cuenta persona con autoridad, algunas amigas, vista la situación, quieren irse a pisos de acogida. Sin comentarios.

También me deja frío, pero menos, la noticia de que los curas vascos reprueban el nombramiento de su nuevo obispo. Yo creía que el espíritu sacerdotal se basaba en la obediencia y en aceptar los sacrificios personales, como forma de crecimiento espiritual, pero se ve que no, que esto no va con el nacionalismo, ¿liberador?, que reina en la Iglesia vasca.

Estoy acostumbrándome a que no me dejen frío las costumbres, llegadas de Yanquilandia, que nos invaden, y, aunque ya no me inquietan ni me desasosiegan como antes, me siguen molestando. Me refiero, entre otras, a la forma de recibir la Navidad: a esa proliferación de papás noeles escaladores y de coronas de acebo, o de lo que sean, decorando las puertas –un amigo preguntó, al ver la corona: ¿se ha muerto alguien?-, sobre todo en los chalets adosados de nuevo cuño, que alguno llama “acosados”. Puede parecer que esto es propio de “modernos”, amantes del esnobismo, pero es una pérdida sin sentido de los valores y tradiciones nuestros, cambiados por otros foráneos, igual que se está cambiando el bocadillo por la hamburguesa. Y me temo que se trata de un camino sin retorno, de una batalla perdida de antemano, del nuevo signo de los tiempos. Lo triste es que indica un desprecio a nuestra cultura, la que arranca del Pentateuco y del Nuevo Testamento y enlaza con los clásicos. No hace falta ser creyente para amar la Biblia y, lo queramos o no, nuestra civilización arranca de la Biblia y pasa por unos Magos, llegados de Oriente, con regalos para un niño, nacido en Belén. El gordo escalador de ventanas es un extraño. Como la corona de acebo. Feliz Navidad a todos.

“ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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