Mi amiga Rosaura es muy de izquierdas, eso dice ella, y, un sábado, llegó entusiasmada a la cena de la bodega, porque había escuchado a Rubalcaba decir que sabía cómo luchar contra el paro y la crisis. Anacleto, que es muy conservador, eso dicen todos, además de picajoso, contestó canturreando la rima de moda “Rubalcaba ya estaba”, a lo que una indignada Rosaura replicó “¡Es que tiene un plan!”. Aniceto, que, desde que recibió una coz de Santalón, el burreño, siendo niño, oye sólo lo que quiere, al escuchar la palabra “plan”, dijo con prontitud “¿A quién van a poner los cuernos?, lo cual acabó con tal interesante discusión política.
No sé si el aspirante Rubalcaba –en mis tiempos de atleta universitario, él era un buen cuatrocentista, llamado Alfredo Pérez- tendrá o no tendrá un plan para acabar con la crisis, pero todo me hace sospechar que el Gobierno tiene un plan para conseguir resignación, cristiana o laica, pero gran resignación. Mis sospechas comenzaron al ver el bombo y platillo que se daba a la situación, cuando los recortes, supongo que para asustar, porque si uno se entera de que hay un millón de parados más, recibe con mayor mansedumbre y docilidad la noticia de que le rebajan el sueldo o le congelan la pensión. Luego, en este supuesto plan, interviene mucho una especie de guerra psicológica, en la que colaboran instituciones y direcciones generales, por ejemplo Tráfico, porque, si se hacen obras en la Nacional-1, a lo largo de más de cien kilómetros, convirtiendo la autovía en carretera de doble dirección, llena de límites de velocidad y atascos, uno se va resignando a lo que venga; también catorce kilómetros de autovía del Camino, a su paso por Santo Domingo, en obras durante varios años, alternando cuarenta y sesenta de límite de velocidad, incitan a leer el libro de Job y allanan el camino a la necesaria resignación.
Sí, muchos ya se están resignando –algún banquero se ha resignado a irse, después de dejar su Caja hecha unos zorros, llevándose sólo unos millones de euros de prejubilación-, y yo también estoy dispuesto a resignarme y dar ejemplo: en vez de recorrer seiscientos kilómetros, con familia, suegra, sombrillas y demás, para disfrutar en la playa de esos tres metros cuadrados de arena que nos corresponden, me voy a resignar a quedarme en el pueblo, tranquilamente, ya saben: caza, pesca, unos vinos en las bodegas, partida, merienda con los amigos… en fin resignación, todo sea por seguir ese sospechado plan del Gobierno.
A Aniceto ha habido que explicarle que el plan no era poner cuernos a nadie, sino resignación, que no es un nombre propio. Que el plan es ajo, agua y resina. Sobre todo resina.
“ALONSO CHÁVARRI”