Hace unos meses, acudí a una conferencia, enmarcada en lo que creo que llaman “filosofía animal”, y que viene a ser algo así como una charla de un militante de la sociedad protectora de animales, pero con el envoltorio del lenguaje filosófico. Allí se habló de la bondad intrínseca de los animales y de cómo es la sociedad humana –el contacto con el hombre- quien echa a perder esta bondad natural de las mascotas; también hablaron del sufrimiento moral de los animales, a los que dotaban de una suerte de pensamiento ético, y echaban la culpa al capitalismo de que no siempre se comportasen como debían. Todo muy curioso y bien pensado, si no fuese por su desconocimiento. Me miraron con conmiseración y disgusto, cuando dije que las aves no tenían un ápice de bondad natural –no llegué a decir que son asesinas de cualquier otro individuo ajeno a su grupo, como es fácil observar si se introduce una gallina nueva en un grupo hecho-. Lo del sufrimiento moral me llamó mucho la atención –es cierto que se cuentan historias de algunos perros que, tras fallecer sus amos, muestran pesar y no se separan del muerto, pero quizá el motivo no sea el que se piensa-, porque mi experiencia lo refuta: tuve dos perros, que estuvieron varios años juntos, y un mal día uno se metió bajo las ruedas de una furgoneta, en el momento en que arrancaba, y resultó muerto; el otro lo olisqueó y se fue moviendo el rabo, sin volver a acordarse de su compañero. Quizá sufrió moralmente, pero lo disimuló muy bien; o tal vez fue el capitalista de su amo -¡qué cosas!- quien trastocó esos valores morales del perro vivo.
En aquella charla, consideraban asunto grave el tener un sentido utilitario de los animales, pero he de reconocer que a muchos nos cuesta desprendernos de ese sentido utilitario. En aquella infancia, con amigos que pasaban hambre, en que encontrar un nido de picarazas era sinónimo de llenar el estómago, considerar el sufrimiento moral de los animales resultaba improcedente.
Por supuesto que hay que tratar bien a los animales –aunque no sé si también a las ratas, cucarachas, mosquitos, bacterias patógenas etc.,- y las normas que dicta Bienestar Animal hay que cumplirlas, pero sin llegar a la militancia de una amiga, que se escandalizó porque el bromista personaje de una de mis novelas decía: “Quienes mejor entienden a los perros son los chinos, los adornan con bambú, setas y salsa de ostras”. A mí lo que me escandalizó, cuando me instalé en Logroño, hace más de 20 años, fueron las palabras de una convecina que pidió en la carnicería: “Déme un kilo de lomo de ternera, pero del mejor, que es para mi perro Luki”. En la tele acaba de salir el cuerno de África.
“ALONSO CHÁVARRI”